Pieles rojas (I): El avance

A la casa de enfrente se mudaron unos pieles rojas. Llegaron en un camión de mudanza, como cualquier persona normal. Más tarde llegó una pequeña camioneta amarilla. Un indio enorme abrió la puerta amarilla del lado del conductor, y sacó todo el cuerpo por ahí. Era como si un toro saliera por la ventana del baño de una granja. Escribí eso en rojo, en medio del piso. Lo volví a leer. La imagen era correcta, estaba bien: un toro da miedo, por más que salga por la puerta o por una botella de agua mineral. El indio tenía la piel color ladrillo, el pelo negro, largo, le llegaba a la cintura. Era un pelo muy hermoso, atado en dos trenzas largas, simétricas, y perfectas. Se movió con paciencia y agilidad hacia la parte de atrás de la pequeña camioneta. Pensé "acá sale otro indio", pero sólo se bajó el mismo de antes, con una jaula. De la jaula salían unos bigotes, y algo brillaba detrás, quieto, animal, y dormido. Luego supe que era un gato. Me tomó mucho tiempo descubrir si su pelo era negro, o blanco. En realidad, ese descubrimiento es algo que pasó después.
El indio enorme volvió a la camioneta. Se movía con una seguridad inhumana, como si, realmente, después de salir, pudiese volver a entrar. Una vez dentro, puso una mano gigante en el volante, mientras apoyaba el codo o la pierna en la ventanilla. Miró de reojo. Una trenza salía por un costado, era como un tatuaje de pelos en la puerta amarilla del conductor.
¿Qué te pasa?, preguntó.
No contesté. Pasaron unos segundos, me miraba fijo, apenas si se movió.
Después encendió la camioneta.
"Infierno vacío, se llama", me dijo, antes de arrancar.
Escribí el nombre del gato en el margen izquierdo de una baldosa.



Pieles rojas (II): Contemplación de la montaña

El indio de la camioneta amarilla, durante un tiempo, no volvió a aparecer. Mientras tanto en el barrio todos parecían haberse acostumbrado a la presencia de los pieles rojas. En realidad, no era algo muy difícil, ya que apenas si se los veía. Salieron por primera vez la noche de la mudanza, cuando llegó un camión con pequeñas piedras, que fueron depositadas en la entrada del garage. Eran tres piel roja. Dos hombres que desde lejos parecían gemelos, y una mujer con botas, rostro café con leche, pantalón corto y camisa escocesa gris. A partir de entonces ocasionalmente se los veía salir y buscar algo entre las piedras. No, me expreso mal. No buscaban "algo", entre las piedras, sino piedras entre piedras. Se la daban a la piel roja de la camisa escocesa, que no decía nada, y ponía las piedras elegidas en el bolsillo izquierdo del pantalón. Durante mucho tiempo, nadie, salvo los indios, entró a la casa. Era raro. Como si otra vez nadie viviera allí, pero además como si algo malo hubiese pasado, y nadie quisiera mirar. Una semana y media después de la mudanza, Doña Alba atravesó, curiosa, el portón. Llevaba una taza vacía, en un plato de porcelana, que no dejaba de temblar. Buscaba azúcar, polvo para lavar la ropa, levadura, o sal. No la atendieron, si bien haberlo hecho hubiese, a efectos prácticos, carecido totalmente de sentido. Nada podía sostenerse en esa taza, que estaba condenada, bajo cualquier pequeño movimiento nervioso, a caer.
Durante la noche, en la parte de atrás de la casa, se veía una hilera de humo, creciendo de manera vertical hacia el cielo.



Pieles rojas (III): Chica fácil

El tiempo pasaba rápido. El piso de la entrada de casa estaba todo escrito, ya casi no tenía lugar. La tarde del nueve la señora piel roja saltó, con mucha agilidad, el portón, y se dirigió a paso de tigre hacia mí. Tenía la misma camisa escocesa, la mirada negra, presente, y perdida. Se acercaba cada vez más, pensé que iba a traspasarme, y desaparecer. Me estuve quieto, buscando un lugar vacío en el que anotar. Cuando levanté la vista, lo sabía, ya estaba allí. Ella empezó a tocarse uno de los senos con el revés de la palma de la mano como si con eso me quisiese comunicar algo, me miraba a los ojos, y estaba parada, sin hablar. Después desvió la vista, hacia el piso. "Infierno vacío", leyó.
No contesté.
"Ése es el gato", dijo.
Ella seguía parada allí, y el tiempo pasaba; la luna empezó a salirle por detrás.
"Me llamo Leonor", me dijo.
"Aunque Eugenio me llama `Chica Fácil´".
Sonrió, y movió hacía mi una de sus piernas. Repentinamente las cruzó, puso una mano arriba de la otra, sacó un cigarrillo y empezó a fumar en esa posición que me hacía recordar una silla o una mesa, de mimbre o de cristal.
"A Eugenio antes lo llamaban `Caballo corriendo bajo el blanco del Sol´".
"En cambio a su hermano le seguimos diciendo igual".
No tengo más espacio para escribir, le quise decir, con la mirada.
Era de noche, y detrás de la casa de los pieles rojas empezaba a flotar, otra vez, una estela de humo.



Pieles rojas (VI): Mirada hosca y Chica fácil

"¿Qué mirás?", dijo otra vez Bavario, pero ahora cruzando la calle, ya del otro lado del portón. Caminaba descalzo, pero parecía como si llevara botas. Se agarraba las manos, las entrelazaba, hacía sonar sus nudillos. Tenía los ojos negros y perdidos, igual que los demás. La boca gruesa, carnosa, y una cicatriz en el lado derecho de la cara, desde el vértice producido por la unión de los labios al comienzo gris verde azul de uno de los ojos. Esa cicatriz lo diferenciaba de Eugenio, quien sólo tenía marcas en el pecho, en las piernas, y en el brazo.
"Balas", me había dicho Leonor.
"La vida es como dos balas, en el momento en que una se cruza con la otra".
Cada vez más oscuro y más enorme ese cuerpo de pies descalzos.
"¿Qué mirás?", me repitió Bavario.
En la pirca de la casa, el gato esperaba sentado. Las dos patas delanteras estaban casi, una sobre otra, la cola debajo, como si el gato se hubiese cazado a sí mismo, y ahora fuese el turno de esperar. Tenía las orejas erguidas, apuntando hacia piel roja, o hacia mí.
Los nudillos de la mano le seguían sonando a Bavario, insistía, parado allí. Tan cerca, que si no hubiese sido por los agujeros producidos por el movimiento en los dedos de la mano, sólo lo hubiese visto a él.
"Vamos a casa", dijo Leonor, apareciendo por detrás.
Piel roja no se movía, el pelo suelto y negro empezaba a ocupar todo el campo de visión.
Leonor lo abrazó por atrás, como un oso a una serpiente, y se lo llevó.
"Uno de estos días vamos al río", me dijo, conciliadora.
Cuando Bavario se retiró, vi que el pelo negro le llegaba más abajo que la cintura, como una bandera, que flameaba.



Pieles rojas (VII): Observaciones en el agua

Leonor siempre tenía el rostro relajado, distendido, debía dormir muy bien. Si había sol, por un efecto extraño de la luz, la piel le brillaba. O quizás no era la luz, sino Leonor. Se movía con mucha agilidad, no hablaba rápido, pero tampoco lento, como los demás. Parecía que hablaba menos por hablar que por otra cosa, como si estuviese buscando algo, que siempre se le volvía a perder. La miraba y anotaba todo esto en el piso, la lluvia y el tiempo habían ido borroneando las cosas y sin embargo, otra vez, casi no quedaba espacio. Leonor saltó el portón y me vino a buscar. Llevaba un pantalón vaquero cortado por la mitad, marrón. Había sol, y las piernas le brillaban, igual que la cara, los brazos desnudos, los senos y toda la parte de la cintura que dejaba ver una camisa escocesa roja, que parecía haber sido cortajeada y luego vuelta a cortar.
Fuimos al río. Los árboles ya no guardaban nada de lluvia, y los perros se volvían a lamer. El aire era nuevo, distinto, con el leve pero reconocible gusto de un cambio momentáneo y caprichoso de estación.
Nos sentamos arriba de una piedra alta, mirando el agua.
Leonor se empezó a quitar la ropa, quedó aún más desnuda. Luego saltó.
La vi caer al agua, el movimiento fue tan preciso que casi no alteró la superficie del agua. Ahora se sumergía, iba y venía, a veces desaparecía, tan debajo, que no la podía encontrar. Después descubrió una cascada, con un hueco debajo. Me la señaló, al tiempo que decía algo que no lograba entender.
En la cascada, el agua caía y los pelos amenazaban irse con el agua, pero se quedaban allí.
"No te queda lugar. Vas a tener que usar la calle", dijo Leonor.
Tenía seis piedras de distinto color en la mano.
Me señaló una.
Ésa era yo.


19 comentarios:

El Vaso Ruso dijo...

No leí el texto, ya lo voy a leer.

Muy buena la imagen del indio melancólico con la remera de Superman. Me pegó mucho y me sentí identidicado.

Volveré.

Anónimo dijo...

Hola indio con herida de búfalo en la cara. El primero me gusta, el toro saliendo del baño, el indio, sus trenzas...

La foto. power pero no virtuosos, me siguen copando sus trenzas y su bailecito, vi un par más y morí de la risa, parece el familiar choborra en un casamiento hacia las cuatro de la mañana...

jc dijo...

es q el indio bamba abandonó estancia vieja y bajó, cruzó el puente negro, hasta tu cuadra?

Pablo Natale dijo...

Hombre: No hace falta leer, pero si que vuelvas. Me cuesta asociar la imagen con vos, pero quizás sólo veo la imagen, y no el fondo. Eso. Veía la imagen, y no el fondo.

Azabache de orquesta: ja. Esta vez tuviste acceso previo a "las fuentes", ja. Pensar que estuve lidiando con eso de los nombres durante toda la semana.
Quiero ir a un casamiento. Quiero bailar Ghostland en un casamiento. "Choborra"!. Ja plus.

Jc: Yeah! También le estoy dando clases de español. Estos viajeros son portadores de historias.
Pd: esta semana nuestro equipo vuelve al fútbol. Al de ustedes, con tanto training, lo pasearíamos.

Anónimo dijo...

Buenos Aires, 27 de marzo del 2008


En el marco de un conflicto que afecta a toda la sociedad y entendiendo que, más allá de matices, errores y equívocos, lo que se trasluce hoy es la pugna entre dos modelos políticos, económicos y sociales de acumulación, los que firman abajo entienden que un paro de esta intensidad y por tiempo indeterminado es comprensible en momentos de apremio, por una muerte, por un hecho que acorrala y empuja a la defensa. No lo es por el deseo de ganar más o reformular un impuesto. El paro por tiempo indeterminado es una de las últimas armas de la acción política. Cuando no hay urgencias, la salida natural debería ser el diálogo.

Con ánimo de promover el debate y no de clausurarlo, entendiendo que esta situación perjudica a todos los argentinos, sabiendo que nuestra voz es muy pobre frente a los hechos de la realidad, pero aún así con ganas de fijar una posición, por este medio, los que firmamos queremos dejar en claro que entendemos el paro que llevan a cabo las instituciones agremiadas a la actividad agrícola-ganadera como una medida desmesurada, abusiva y completamente injustificada. Y si sabemos que no se debe tratar de la misma manera a los grandes grupos y a los pequeños productores, queremos revindicar las políticas de retenciones sobre los sectores de la economía que producen con mayor valor agregado, en tanto son estas políticas de redistribución positiva de la renta: necesarias, inclusivas e históricamente nucleares del proceso de desarrollo de la República Argentina.

Podés enviar tu Adhesión a
ledecimosnoalparo@gmail.com

Agradecemos la difusión.

Scarlett dijo...

Toda mi simpatía está con Doña Alba: los indios no me gustan y he roto incontables tazas.

Un beso grande para vos.

Pablo Natale dijo...

Je. Fui terminando el cuento, y le cambié el nombre. Doña Alba sonaba demasiado arcaico y posible. La llamé, ahora, Alba Quincey. Por un rato, pensé en llamarla Scarlett.
Tazas rotas.
Vuelve el frío.

Vi hijos de sojeros haciendo su manifestación en la terraza de sus hermosos departamentos.

Scarlett dijo...

Me sentiría muy honrada si Ud. usa mi nombre en su relato. Pero mire, compañero escritor, mejor ponga Viviana, porque suena más autóctono que Scarlett, vio? Para que el pardaje no se ofenda tanto......
En cuanto a su comentario sobre los sojeros... jejeje... qué le pasa a ud? tiene ganas de provocar a esta sufrida hija de pequeño propietario rural? Estamos con el campo, dice un cartel que pegué en mi 4x4 0km. Y lo dejo porque tengo que irme a la estancia de Tata, donde me esperan mis amigas para la final del torneo de brige.

Scarlett dijo...

bridge! carajo!
cómo traiciona la escritura al tacto!

Anónimo dijo...

Lei tu texto.
Primero, me atrapó paso a paso y me llevó casi sin notarlo al final, liviana y tranquila.
Realmente veo mucho potencial en tu relato.
Mi pregunta, si lo permitis, es por qué pieles rojas?!...???!!!....

?!?!

Quizá exagere un poquito.
Por qué algo tan extrangero, tan foraneo.
Igual buen relato, buen ritmo, buenas imagenes (las del texto)
saludos
caro

Pablo Natale dijo...

Vivian: Je. No. Le quedó "Alba Quincey", nómás. Hay otro personaje en el cuento, se llama "Jesús Pardo".
El pardaje.
No era con vos, sino con los de arriba, y "arriba" se refiera solo a una posición en los comentarios.
Mientras tanto, sin carne, sin leche, y con rally. A nivel narrativo puede ser productivo. Quién sabe. Bridge significa puente. Piquete en el puente: no-bridge.


Caro: Gracias. Igual no termina ahí, son trece apartados en total. Hay una respuesta personal al asunto. Un amigo escribió que lo más cerca a los indios que a nivel de experiencia estaba, eran los "thundercats". De acuerdo o no, me hizo pensar en las condiciones en que es posible (y hasta gracioso), decir eso. Y si ahora escribimos "ok". ¿Por qué no poner pieles rojas, en lugar de comechingones?

Dios, deberían matarme por responder tan largo.

Scarlett dijo...

Hoy caí en la cuenta de que nadie nunca me llamó "chica fácil".
Qué triste que es mi vida.

Maria dijo...

Tampoco leí el texto. Me da vagancia tan largo, lo leí digamos en diagonal.

Tengo muchos nombres estilo pieles rojas..."Roca ingenua" "Toro fundido" "Casco galactico" "Chica primavera" "Pollito bebé"

¿Sirven?

Escribí sobre Nelson...

Bsos will.

Pablo Natale dijo...

Sc:Bueno. Ahora podés pedir que te digan así.

M: Era yo el que tenía que escribir. Escribiría "ja". Ya lo hice. "Ya lo hice", buen nombre.

dear prudence - dulcema dijo...

me gustó

de verdad

Pablo Natale dijo...

Gracias por la honestidad, prud.
Es el último de los cinco seguros que van al libro de cuentos. No termina ahí. Jo.
Abrazo desde el dique.

Camilo dijo...

Solo podría decirte: Quiero más!
Excelente relato. Te atrapa, me gusta el ritmo y algunos matices ocultos de la historia. Lo de las baldosas, sublime!
Una serie con muchísimo potencial... sólo hay que dajarla ir.
Saludos y felicitaciones, ya volveré por aquí.

Pablo Natale dijo...

Camilo: je, ya la dejé ir.
Es un cuento, está terminado, se va de largo para ponerlo en el blog. La idea es que va a ser el cuarto cuento del libro que saco este año. Si te interesa, te lo mando al mail y lo chequeás.
Gracias por las felicitaciónes.

Camilo dijo...

¿Cómo? Claro que me interesa, mande nomás!
Lo espero.

Saludos,

PD : Viste el resto de las Crónicas de un taxista? Me gustaría tu opinión...