Los institutos de español, en tres actos
(publicado en Ciudad X, agosto)


Acto I: Acá son todos extranjeros. El que representa al jefe tiene la cara colorada, camisa y vaqueros. Está muy enojado. Levanta la mano, como si con ella llevara el tono de su voz. Señala una mesada rota y las tres computadoras que están en el piso. Habla y grita en inglés. A su lado, dos profesoras de español. Cerca de ellas, un brasilero igual a Ronaldinho, dos ingleses, una que podría ser holandesa o australiana. Pálida en un rincón, como si estuviese haciendo penitencia, una alemana balbucea una justificación. El que representa al jefe sigue vociferando, no escucha nada de lo que le dicen, señala las computadoras rotas. La alemana intenta defenderse en un idioma que no le pertenece, en un lugar que no le pertenece. Un lugar alquilado para enseñar español a extranjeros.

Escenografía: Invariablemente: un espacio blanco, limpio y ordenado. Una oficina y habitaciones para las clases. Una pizarra. Fibrones (jamás tizas). Carteles bilingües en las puertas y en el baño. Un mapa (generalmente de Argentina) en alguna pared. Fotos encuadradas. Una puede ser Texas, otra de Nueva Zelanda, Londres, Capilla del Monte. Un armario con manuales de español. Paneles con promociones simpáticas: “Clases de tango”. “Clases de salsa”. “Aprenda español y monte a caballo”. Etc, etc. Ventanas. Afuera: la ciudad, cualquier ciudad.

Profesores (I): La señora F tiene 49 años. Podría pensarse que es una excepción entre los profesores de español para extranjeros. La señora F sabe alemán y se muestra siempre amable. Dice que necesita pagar sus cuentas. “¿Cómo hago si no?”, dice. Acepta la cantidad de horas que haga falta. Cuatro, seis, nueve horas diarias de enseñanza del idioma a la cantidad de alumnos que sea. La señora F es la excepción porque el común de los profesores suele entre veinte y treinta y tantos. Aquí y en cualquier lado. Como por ejemplo V. Es alta y caderona. Se recibió de una de esas carreras de humanidades. Prefiere a los irlandeses. Los israelíes, no. Una tarde V dice que va a dejar de dar clases porque el trabajo es similar a estar en Mc Donalds, nada más que vendiendo la lengua: gente joven, la sonrisa siempre dispuesta. Eficiencia, rapidez. Y un lugar momentáneo, luminoso. El payaso y los policías de la lengua. Como si fuese un extranjero cualquiera, la señorita V desaparece del mapa.

Acto II: El contenido de las clases pasa por tres áreas clave. La gramática, las anécdotas simpáticas y la mal entendida “cultura general”. Los manuales de español abundan en imágenes, ejercicios y ejemplos. En ellos no deja de haber una nota sobre la pobreza sudamericana (piedad), las diferencias folklóricas (exotismo), el Che Guevara y el tango. Un profesor de español les da a sus alumnos un texto de Cortázar con instrucciones para llorar. Otro le da una canción de Silvio Rodríguez. La profesora R, una canción de Manu Chao. Tres irlandeses, dos australianas y un suizo repiten “me gustas tú” incluso cuando van solos al baño. Mientras tanto Camila, en un rincón de la clase, mira por la ventana. Tiene tatuajes en los brazos y en las piernas. Dice que odia a las personas. Cuando le preguntaron porqué venía a aprender el idioma, respondió en portuñol: “Necesitaba una excusa para que mi padre me pagara al viaje”.

Cortesanos: Las reglas implícitas de los institutos de español son las siguientes. 1) Horarios flexibles. 2) Una charla o examen para colocar al estudiante potencial en uno de los “niveles” de la lengua (y para que el estudiante entienda que ya es un estudiante, que necesita estudiar y que lo están evaluando). 3) Horas diarias de práctica, tortura o estudio. Todo esto le asegura, a la empresa de español, una renta fija y la venta de un pack. Los estudiantes, a su vez, se garantizan de haber invertido dinero y de que algo han venido a hacer a la ciudad. Al final se llevan un diploma que tiene validez media o escasa. Es un certificado de estudio, un recibo y una fotografía más (“Look, Mary, it´s me y la profe”). Respecto a los profesores, las reglas son simples. Respetuosos, amables, cómplices unos con otros, se pasan consejos y fotocopias. Cada uno de ellos sabe que si no acepta un trabajo, otro cualquiera lo tomará. Otro, cualquiera. Si tienen alguna queja contundente en cuanto a las condiciones de trabajo (“No puedo ir, se me está cayendo una muela”), quedarán mal posicionados en el mercado. Siempre hay alguien esperando. Llevamos el idioma en la mochila. Queremos conocer nuevos mundos. Viajar es costoso pero no es tan difícil conocer gente nueva. Allí están los extranjeros, huérfanos del idioma. ¿Por qué no ser un profesor de español?

Profesores (II): El profesor J lleva a sus alumnos de visita al museo. Ya los ha llevado a las ruinas jesuíticas. Ya los ha llevado a tomar mate a un bar local. Les habla de una poetisa que se suicidó en el mar. Los extranjeros entienden poco y nada. Hablan en otro idioma de la vida nocturna. Mientras tanto otro profesor, el profesor H, lleva a su alumna particular a viajar en colectivo por los suburbios de la ciudad. El profesor H le dice que la ciudad que conoce y que va a conocer es el centro. La única ciudad posible. Rodeada de guardias y guaridas. Dice eso, como si desgajara una mandarina. El profesor y la alumna viajan apretados en un colectivo. Él sabe que es una de las últimas veces que hará este trabajo.

Entremés: “El fin de semana vamos a ir a Alta Gracia, después a Mendoza”. “Qué calientes las chicas argentinas”. “Me gusta la palabra ‘tamborilear’”. “Perdón por llegar tarde, tuve una fiesta”. “Tengo seis hermanos y cuarenta y nueve primos”. “Me gusta asado y chinchulín”. “¿Qué significa “culeado”? “¿Está bien enviar un mensaje diciendo ‘besos’?”. “No hice la tarea”. “Hola profesor. Soy jan, el polaco. Tu ex alumno español. Son las 5 de la mañana. Estoy viendo una película y sale un pibe con un diente podrido. Me acuerdo de cuando vos tenías dolor de muelas. Un saludo”.

Acto III: Mae y Mike. Él es australiano, rubio, alto, corpulento, un poco gordo. Se viste de manera informal, como si estuviese llegando a la playa todo el tiempo. Parece alguien que ha sido surfer. Tiene 29 años. Ella es australiana con ascendencia taiwanesa. La jefa dice “nunca vi una piel así” y la mira como si contemplara un holograma. Mai es petisa, morena, pelo largo. Lleva blusa escotada y minifalda. También parece estar llegando a la playa. Tiene 28 años. Mae y Mike. Parecen sacados de una serie o de un mal chiste. Aprenden lento. Él es vago. Ella se ríe y le enseña. Le da un piquito, luego se olvidan de todo. Un par de veces, ella sale al baño. Vuelve al rato. Mike dice, en australiano natal: “le cayó mal la comida”. En Australia los dos son profesores de primaria. Acá se olvidaron de las tareas y las reglas. Una tarde ella pregunta cómo se pronuncia la palabra “embarazada”. Luego dejan una caja de vino para la escuela. Y se van.

3 x 1: Aviso (primera parte): un profesor de español para extranjeros no es sólo un profesor de español para extranjeros. Es también un guía turístico, en una acepción mayor y a la vez más acotada del “lugar”. Puede ofrecer algo mayor y menor que un par de monumentos: la vista de una mañana de sol con una taza de café, las trampas de la palabra “esposa” y “ama de casa”. También puede señalar qué hacer en el norte, en el sur, cuánto pagar por qué cosa, hacia dónde apuntará la cámara. El profesor de español para extranjeros también es un bufón, haciendo equilibro con el idioma. El profesor de español es, finalmente, la mitad oculta de un asistente psicológico. Escuchando en dos o tres idiomas, tratando de dar contención, haciendo de la confusión de idiomas un lugar más entre los caminos. Aviso (segunda parte): los alumnos de español no son sólo los que, sin saberlo, culpables e inocentes, fomentan una industria precaria que necesitan y que los necesita. Filántropos y explotadores indirectos, llevan consigo una parte del mundo y una parte de los idiomas que no conocemos y que no conoceremos. Llevan una lengua nueva y son portadores de historias. Son lo contrario de los diarios y la televisión, y a la vez lo opuesto que cualquier persona encerrada en un bar o deambulando por las calles. Pueden hablar en un idioma frágil de los lugares que no existen porque no pueden señalarse.

Mucho ruido y pocas nueces: Sería bueno mirar todo esto desde un palco. O desde la ventana. Puede ser la ventana de un sindicato de trabajadores, eso sería ideal. O desde una oficina administrativa. O desde, incluso, la oficina de alguno de los emprendedores que han invertido en escuelas de español. Podría mirarse también desde un museo de arte contemporáneo, pensar que todo lo que pasa allí no es una clase de español o un intercambio económico, sino una obra y el proceso de la obra. Se puede aplaudir, al final. Allí está el curador, los gestos de aprobación. No deja de ser una obra que vale la pena. Tampoco fue tan larga, ni tan importante. Bien de época. Allí están los institutos de español para extranjeros. Una obra en sí misma. Los palcos, la distribución por clases, el teatro, los gestos antes y después de las palabras, los cortesanos, los súbditos, los esclavos. Allí está el rey. Silencioso, casi dormido, allí está el rey, mordiéndose la lengua, controlándolo todo.

(fotograma tomado de Powaqqatsi)