Pesebre (fragmento)

He regresado al barrio, a la ciudad, y noto algunos cambios. Las casas siguen enrejadas, el pasto sigue medianamente entrecortado, algunas casas han logrado ubicarse en alquiler. Hay arenilla que se junta en el borde de las veredas, algunas libustros podados, pero el jardinero sigue siendo el mismo, lo sé, aunque sean las dos de la mañana y no esté acá. Hay, esto no implica ninguna modificación, un perro por cada casa, aunque haya casas que no tengan perros, y haya perros que no tengan casa. El aire es pesado, húmedo, mi espalda es lentamente cortada por el vaivén de la transpiración. Dejo un poco de luz encendida, suficiente poca para que permita ver y me impida dormir, aunque sé que uno tras otro los ladridos se empezarán a escuchar, y con eso será suficiente. Siempre hubo perros en esta calle. Un perro por casa, una casa por persona. Gente envejeciendo y gente que nace. Y en la esquina siguiente, cerrando la numeración, la casa de mi tía Clarisa.


La tía Clarisa es la hermana de padre, la hermana única y mayor. La madre de tía Clarisa y de padre era mi abuela. Abuela está muerta. La última vez que me vio, antes de fallecer, me pidió que me cuidara. “Cuidate”, me dijo, en un balbuceo casi incomprensible, natal. Creo que esperaba que respondiera, pero no pude responder nada. No sabía si decir que sí, decir que no, o si decirle que mejor se cuidara ella. Después su cama quedó vacía, con el gato que ella había bordado en el centro de su almohadón.


He regresado al barrio, noto algunos cambios. La gente durante el verano apenas disfruta el amanecer, se levanta tarde, en su oficio de turistas. Los jóvenes hijos salen después. Pisotean un poco las sombras, casi tanteando la futura intensidad del sol, y más tarde parten, a cualquier lado, a la pileta, al río. Todavía tienen la oportunidad de ser bellos, parecen poco preocupados, equidistantes, en una felicidad probable de vacación. En cambio, los ancianos que perviven en la cuadra amanecen temprano. Salen en su inmensa mayoría acompañados de su carrito de empresarios minúsculos y una vieja lista de almacén para usar antes de que el resto de los seres vivientes invadan con su eficacia de emergencia las promociones del supermercado. Caminan despacio, el carrito que usualmente llevan para hacer las compras parece un carrito de bebé, pero el bebé está ausente, y vacío, aunque ellos a veces se dan vuelta para mirar, comprobar que está completa la lista de las compras, o esperar algún semáforo, algún auto que atraviesa despavorido la calle, hacia la ruta.


El padre de mi padre y de mi tía se llamaba Eusebio. Un nombre horrible, gigante, para un hombre que apenas conocí. Después abuela me contó que trabajaba en una empresa de tren, que más tarde pasó a la industria automotriz, y que finalmente trabajó haciéndole trámites a amigos ingenieros. Padre me había contado, en realidad, otra historia. Abuelo era hijo de una enorme familia, el padre de abuelo había hecho un montón de plata, abuelo era el hijo menor, el menos querido, el más lejano. Cuando se casó con abuela, la familia, contenta, lo dejó. Lentamente la brecha se fue abriendo, y el éxito caía como una lluvia poderosa de oro sobre el barrio exclusivo de los demás. Padre también me cuenta que Eusebio le pegaba a su hija. Su hija, Clarisa, que siguió viviendo con ellos. Incluso después, cuando mi abuelo falleció y sólo restaba la abuela.
Respecto a eso, a todo esto último, tía Clarisa no dice nada. Solamente habla con padre, para preguntarle por qué no ha pagado su cuenta de luz.


Hace mucho calor aquí, eso no implica nada nuevo. Las sierras están cerca, casi enfrente, como una enorme pared negra donde el sol se calienta y hace, más tarde, rebotar centuplicado el calor. Siguen siendo las mismas sierras, hay un pequeño caminito hecho por las pisadas de tierra de niños aburridos al atardecer. Yo tracé, también, ese camino. Pero ahora en realidad hay dos, el de siempre, y otro más, que corre paralelo, más puntiagudo, directo, y eficaz, en su carrera hasta la cima.

10 comentarios:

Pablo Natale dijo...

He aquí el tercer cuento de verano. Ya están los otros cinco, casi.
Disculpas si es sólo un fragmento. Pero ocho páginas, como las veinte de los aforismos, es demasiado para un blog, además, le saca suspenso.

Quir-k (Juana Luján) dijo...

mas!

maria a secas dijo...

jajaja saca suspenso me encantoo!!!!

ey pablis las imagenes de mi blogs estan hechas para el blogs, no son parte de ninguna serie ni impresion , ni nada....jejej

lindos cuentos

saludos

Anónimo dijo...

bien bien! menos mal que aunque todavía no me ahogo en "placeres veraniegos" puedo zambullirme un rato por acá...me voy nadando perrito...

Pablo Natale dijo...

Juana: ok, prometo mandarlo, que pesada la mochila.

Marie: ¿"pablis"? Wow. Gracias por esa. Me gustaron, repito. Quizás algún día te use algunas.

Uva exigente y en dos poses hasta ahora: ¿por qué perrito? delfín. delfín.

: "la viga mayor se abre, no tiene sostén. Nadie escuchará lo que tengas que decir. Silencio. Pulir la piedra y la lluvia del dragón.

Anónimo dijo...

volviste?? (soy paulita)

jc dijo...

q siga, q siga.

Pablo Natale dijo...

No no. Recien llego a Baires. Vuelvo en domingo. Tanto tiempo, hada plus.

Jc: sigue pero no aca. Veo si consigo tu mail y te lo mando.

Anónimo dijo...

que habras querido decir con hada plus...

Pablo Natale dijo...

Jop, Leonzuela!