Veinticinco formas de mirar la nieve


Voy a escribir sobre tres cosas. Dos de ellas están relacionadas entre sí. La tercera no tiene nada que ver, queda absolutamente descolgada, pero voy a intentar que no se den cuenta.
Mi padre es una persona común. Bien pensado, es una persona común que no entiendo y no me interesa. Suena duro, pero es así. Bien. Generalmente a padre, a quien vamos a ponerle un nombre, digamos, Murdock, generalmente a Murdock, decía, puede describírselo como un sujeto callado, que tiene trabajos dudosos (con suerte tiene trabajo), y que permanece deprimido hace unos años y no puede ocultarlo. Además, casi no habla. Bien. Este es padre. Casi no habla, pero, una vez por semestre, hace un chiste. Un chiste ridículo, en el medio de una cena familiar, un chiste que puede resultar algo gracioso. Otras veces comenta cosas sobre fútbol o detalles acerca del universo, que tiene forma de casa. Lo que dice es una especie de viaje por el sentido común. Listo entonces. Ese es padre. Espero haber sido fiel en la descripción. Sucede que Murdock (padre), en los últimos días parece haber cambiado. Si bien su matrimonio se ha caído a pedazos, y su familia también, Murdock transita por la casa con un aire ufano, quiero decir, distendido. Hace cosas que jamás le he visto hacer: se acerca más a la persona que le habla (su hombro, o su rostro están más cerca), le contesta, pregunta si cada cual está bien, juega a las cartas con los más pequeños, y hace más chistes de los que solía hacer. El otro día, por ejemplo, contó uno terrible: uno de un duende que se comía a otro duende, y uno de ellos era un español idiota. Un chiste lamentable, levemente divertido. Entonces eso. Ha surgido, de golpe, aunque no de manera inexplicable, un cambio de actitud en el comportamiento de padre. Puede decirse que sigue con los mismos problemas, que puede calificárselo, a Murdock, de “persona depresiva que no puede cambiar ya”, pero por lo menos, en términos adolescentes, “le pone onda”.
En realidad hay otro cambio en padre. Una noche en que vuelvo a casa, mientras juega con mis hermanos y hace girar al gato familiar sobre sí mismo, para después dejarlo ir, y que todos lo miren mareado, medio idiota (la cara de un gato mareado es algo inolvidable, algo que todos deberían ver al menos una vez), esa noche, lo veo tarde, sentado ante el televisor. Me pregunta si mañana voy a estar en casa o no, pregunta que no sé cómo responder, porque no tengo respuesta, y porque jamás me había preguntado eso. Al rato, veo que mientras mira televisión se toca el pulóver en la parte que representa, anatómicamente, el corazón.
Y sé que está tomando pastillas. Está en la edad en que empieza a tomar pastillas. No estoy seguro del motivo de eso, pero, sin duda, está tomando muchas pastillas.
Y cada vez que lo veo, luego de esa noche, sé que algo ha pasado. Pero no me interesa qué.
Hago un pequeño paréntesis. Para contar lo segundo que quería contar, y que tiene que ver con enanos. Y que dice así: hace poco viajaba en colectivo después de dos semanas hacia casa familiar, y entonces el colectivo se quedó sin combustible, es decir, los colectiveros no son tan idiotas, por algo cobran tan bien, digo, tuvo que detenerse en una estación de servicio a cargar gas o nafta o petróleo sangriento. Lo que sea. Lo cierto es que el colectivo se detuvo, y que durante esos diez o quince minutos de espera, pensé muchas cosas, ninguna importante, y sentí un poco de nostalgia, y pensé cosas profundas y conceptuales acerca de la nostalgia que no viene al caso narrar, cuando un televisor enorme se encendió en una oficina de la estación de servicio, y vi en la pantalla algo increíble: enanos jugando fútbol en una pista de hielo. Eso. Enanos jugando fútbol en el hielo. Para otras personas que frecuentan el espectáculo de mirar televisión eso puede ser algo tradicional, pero para mí no, menos ese día, menos considerando lo que pasó después. En ese momento, sin embargo, mientras veía un divertido partido de enanos sobre una pista de hielo (jamás había visto tantos enanos juntos) pensé que de haber sido enano, me hubiese encantado jugar al fútbol en televisión con otros enanos, en la nieve, y que me pagaran por eso. Pero evidentemente pensaba mal. De uno u otro modo, no pude sacarme esa imagen de la cabeza, y todavía sigue, como ven, acá, ya que tuve que meter una historia dentro de la otra, como si un enano vomitara un enano para que salude a los demás.
Si alguno de esos enanos está leyendo ahora, quiero agradecerle porque me hizo feliz por unos segundos.
Perdón, me fui.
Volvamos al relato de padre.
Debo aclarar, antes: mi padre no es enano. Nadie en mi familia es enano. Mi tía es petisa, es la persona más solitaria del mundo, pero eso no la hace enana. Ahora que pienso, me hubiera encantado ver a tía jugando fútbol ahí. Pero por ahí patinaba y se rompía la cara contra el piso.
Dios.
Esto no tiene sostén.
Mil disculpas. Volvamos a padre. A Murdock. Como conté anteriormente, padre ha cambiado, al menos de manera exterior. De ser una persona silenciosa, casi una sombra con problemas que se devoraba, a lo largo de los años, a sí misma, Murdock pasó a estar un poco distendido, a acercarse sólo un poco más a los otros, pero, dado que es padre, y que no solía hacer eso, ahora resulta bastante notorio. Una noche, por ejemplo, lo encontré jugando a las cartas con mi hermana mayor y sus amigas lesbianas. Algo sorprendente. Hacían chistes y se provocaban. Encantador, realmente. Y también juega con el gato. Lo hace dar vueltas, hasta dejarlo mareado. Es muy divertido para mis hermanos menores. Aunque no creo que al gato le guste mucho eso.
Pero todo esto es una excusa. El hecho específico que quería contar sucedió ayer al mediodía. Yo salía de casa con la mochila cargada de libros, lápices y papel para escribir, y me detuve para tener una pequeña conversación con madre sobre cuestiones alimenticias y monetarias. Entonces, mientras nuestros gatos daban vueltas, apareció padre, por la puerta del comedor. Tenía unos anteojos negros enormes, anteojos oscuros ridículos que además de enormes y redondos, tenían tiritas. Léase: un cordón. Lo miré dos veces y empecé a reírme, como nunca padre me había hecho reír. No pude evitarlo. Le dije que los anteojos le quedaban muy bien, y él, notando que en el sarcasmo había un poco de alegría, dijo que sí, que estaban muy bien, y atrás de los anteojos enormes negros y ridículos noté que Murdock se sonrojó. Y entonces, en ese momento, recordé a mi abuelo, al padre de padre, que murió hace 20 años. 20 años o más. Antes de que le explotaran los intestinos, usaba ese tipo de anteojos. Y me di cuenta que se parecía, desde su rincón de muerto en la memoria, a padre. Eso es lo tercero que quería contar. Y que creo que no tiene significado alguno.
Para terminar. Esa misma noche regresé a casa. Tenía que buscar unas cosas y preferí quedarme a dormir ahí. A las 4 de la mañana, después de apagar la computadora y cuando me dirigía a buscar libros que me acompañaran a dormir, me encontré a Murdock. Estaba en el comedor, tomando un té, el velador encendido. Se agarraba el pulóver en la parte que representa al corazón y estaba pálido. Hace muchos años que lo conozco, y no suelo hablar con él, en general no me interesa. Pero eran las cuatro de la mañana. Y algo estaba pasando ahí. Le pregunté si estaba bien: dijo que no. Le ofrecí acompañarlo al hospital; dijo que mañana, que me fuera a dormir. Que cualquier cosa me llamaba. Eso fue una posibilidad bastante desagradable. Teniendo pesadillas con libros al costado, y de pronto despertado por la voz agónica de padre. Un detalle más. Padre puede hacer una voz realmente lastimosa cuando habla. Una voz herida. Patética.
En fin. Que Murdock estaba tirado en el sillón, en un estado enfermizo y lamentable. Apagué la luz del velador, abrí la puerta que da a la calle, y me senté ahí. Era una noche hermosa. Eran las cuatro de la mañana. Al principio pensaba qué podía decir, y lo escuchaba moverse, atrás, sorbiendo lentamente de la taza de té, intentando encontrar una posición aceptable en el sillón. Después pensé en las estrellas. Y en que difícilmente pudiera decir algo. Pensé en algún chiste, pero no se me ocurrió. En los enanos en el hielo. En la imagen movediza de los enanos jugando fútbol en el hielo.
Y fue entonces, mientras pensaba eso, que padre empezó a llorar.
Un llanto lento, sin cortes, como si tuviese dentro un duende atado y de pronto algo o alguien hubiese empezado a tirar de los hilos, y al enano o al duende se le estuviesen tensando todos los músculos.

10 comentarios:

Javier Martínez Ramacciotti dijo...

Pablo, hay algo cuando hablás de tu viejo. No sé. Como en tu narración, que abundan las comas, las aposiciones, los paréntesis, todo lo que mimetiza esa "distancia" ya palpable con él: hecha de ritmos suspendidos, silencios y demases formas de cariño invertido.

Me explico, citándo(te):
"En un sueño llego a casa
y me siento en un hermoso sillón,
del otro lado está padre, durmiendo;
padre parece que siempre está durmiendo,
pero está solo, nada más"

Creo-y tu texto afianza esto- que llega una edad donde algo madura en nosotros, o se pudre en ellos. Algo se mueve y cambia de forma entre ellos y nosotros.
Y quisieramos que nos importara más si está solo, si se agarra el corazón, si vomita duendes en forma de lágrimas.
Pero a veces no nos sale.
Y escribimos, sobre 25 formas de mirar la nieve. Que serán 25 formas de mirar la soledad, y su virginidad.

Ahora para mí, Padre, mi padre, es Murdock.

P.d: Mirad mis fotos en el blog. Y descascará la solemnidad dulzona de mi comment!

Grado Cero dijo...

¡caleidoscopio de tres espejos textuales, y muuuuchos colores!

tantomundo dijo...

veinticinco formas de mirar la nieve

y

tres formas de decir "espanto"

Pablo Natale dijo...

Libro me prestarás: Las comas y los silencios son difíciles de entender pero significan algo. No qué, sino algo. Tu lectura comprende eso, y te agradezco. No sabés como tuve que pelear con la correctora y el editor para que los dejaran pasar.
Pensar que Murdock también era un personaje de Brigada A. Me acuerdo la música de sólo escribirlo. Dios.

Neuropsiquiátrico: y los comentarios más rápidp aún.

Mushasha: me encantó la variación en la forma de comentar. Imaginate si ahora todos comentan así!

Martín: ¿si? Me encantaría escribir relatos de terror. Pero no me sale. No puedo escribir novelas de terror. Quizás algún día. Sólo debería ser cuestión de enfoque.

Unknown dijo...

Voy a escribir tres cosas. Dos de ellas están relacionadas entre sí. La tercera no tiene nada que ver, pero voy a intentar que se den cuenta.
1.enanos y duendes juntos...to much
2.enanos, duendes, madre y padre juntos...wow que atrevido
3.retomemos proyecto

bzt: dijo...

ninios guardianes en tu cabeza molloy?.

unsalut!

Pablo Natale dijo...

Carla: atrevido lo del talco. Que capo el muchacho merca. Proyecto: retomado.

Italiano: niños guardianes en los poemas de Monsalvo, también.

Anónimo dijo...

Había pasado por alto este post porque era muy largo.
Después Pablo me mandó un e-mail de algo que me tenía inquieto y que gracias al e-mail me desinquietó; entonces me dije que la longitud de un post era una excusa bochornosa. Si se postea un post, por más largo que sea, hay que permitir al menos su seducción.
Seducción lograda: el texto me envolvió como un grupo de brujas enanas envolverían en ronda una fogata infernal.
El exorcismo de la Tristeza más aterradora y paralizante llegó a su mayor fervor.

Lilainblue dijo...

Terriblemente bello esto.
Bellamente terrible.
Terrible y bello.
Eso.
Y más.

L.

Pablo Natale dijo...

Documentarista célebre: escuché tres veces en el mismo día, en boca de gente cósmica, elogios para tu trabajo - "blog". Uno de ellos incluso se puso mala onda y señaló defectos, lo que está muy bien, porque significa que le gustó y que cree (yo, idem) que puede mejorar. Despues te cuento de esto en direct.
Los playmobils para finde.

Lilia: ay dios. Gracias. Me quedo con el "más". Igual no puedo seguir escribiendo de esta manera.

Poemas o cuento corto y buenas noticias, después del largo anochecer.

Vayansé preparando.

Abrazo a todos.

"Las cenizas se levantaron y, otra vez, vimos nacer el monstruo".