Febrero 10

Hoy a las cuatro y media la policía vino a buscar a padre, a pedido de madre, por vía judicial (...). Padre temblaba mientras se llevaba la ropa. Me pidió que lo ayude, yo temblaba, pero menos, casi no se me notaba, lo ocultaba bien. El policía era grande como una heladera, y en un momento hizo una pregunta impertinente y estúpida sobre uno de los objetos de la casa, que está pegado al lado de la puerta de entrada, contra una pared. Es un barómetro que no funciona. Uno de mis objetos preferidos cuando, hará trece o catorce años, nos mudamos a esta casa. Caminé delante de padre con sus cosas, él venía muy despacio, tenía demasiadas personalidades que arrastrar. Lo intenté ayudar a acomodarse en la casa de mi tía (su hermana, una mujer absolutamente desquiciada, que habla sola y se esconde de las paredes), le dije alguna estupidez que no serviría para nada. Sé que si madre llegó a esto es porque la situación no daba para más. Sé que hace mucho que las cosas deberían haber llegado a algo parecido a esto. Pero me hubiese gustado ver si padre iba a hacer lo que me había prometido o si me estaba mintiendo otra vez. Ahora resulta imposible de saber. Quería hacer mi tesis en paz. No escribo más porque me voy a un asado a Cba. para tratar de salirme un poco de todo esto. Ojalá que el policía se acuerde para siempre de nuestro barómetro.


Febrero 18

De vuelta en casa. Muchísimo calor. Llevé a hermana menor a Cuesta Blanca. El agua estaba helada, nos metimos un par de veces. A hermana le costaba nadar croll, abría los brazos como si fuera una foca con implantes, y nunca se metía en lo hondo. De a poco fue tomando confianza, después yo quería salir porque temblaba y sin embargo ella pedía entrar una y otra vez. “No hace frío”, decía. “No hace frío, vení a lo hondo”. Yo tenía la piel de tres gallinas. Hubo dos imágenes tranquilas e impactantes: la forma en que caía la arena cuando la tirábamos desde una piedra alta curvada. Si tirábamos mucha parecía como si toda una playa se viniera; si tirábamos poca, apenas un hilillo, se veía un río marrón claro, un mechón de pelo rubio rizado que fluía a una velocidad estrambótica hacia abajo por la piedra gris. La otra imagen es la de un nene de malla verde jugando con un cuzco negro en el río. Corría de acá para allá por la parte baja, y el perro, que estaba encima de las piedras, iba y venía igual que él, le ladraba, corría histérico y desesperado, amagaba meterse al agua y empezaba a ladrar. Cuando estuvo cerca (quizás porque tenía ganas de jugar con mi hermana, que parecía de su misma edad), el chico nos dijo que se llamaba Ignacio. Lo miré bien a los ojos. Un buen rato. Unos ojos divertidos, brillaban. Había algo raro. Brillaban, claro. Pero algo más. Le dijimos nuestros nombres, se quedó un rato cerca nuestro, después se fue corriendo otra vez, por toda la parte del río donde el agua estaba baja, de acá para allá. Mientras corría movía los brazos como si fuera un avión de papel. Mi hermana me preguntó si Ignacio era bizco.


Marzo 24

Hoy fue el recital de Radiohead. Hoy fui a visitar a padre. Llegó mi tía, que vive con él. Se quejaba de que la amiga la había echado de la casa, que siempre la usa sólo cuando tiene plata (mi tía cobra una pensión por discapacidad). Escucho la misma queja de mi tía desde lejos en el tiempo. Es un personaje para Herzog, a él le encantaría. A mí también. Me da lástima, una sensación de inhumanidad blanca, algo de miedo, hartazgo y humor. Padre comía y yo miraba un rato la tele, y un rato a él. Me empezó a contar de una amiga, profesora de filosofía y amante, como mi tía, de las plantas (y de la soledad y de la locura, probablemente); dijo que esa amiga había leído mi libro y que estaba encantada. Que recién entonces él lo leyó. Y se sorprendió con las fotos. Me explicó que uno de los que estaba en una foto era el Tío Arístides. ¿Quién?, le pregunté. El tío Arístides, el de la herencia (la mítica y eterna, la cuantiosa, la salvadora herencia). Que vino dos veces a Argentina, que no se quería volver. Arístides Natale. Señor de los billetes, sombra de las excusas para el futuro, garante de pago. Increíble tenga ese nombre. Da para meterlo entre los personajes de la novela. Las otras fotos del cuento del oso eran, efectivamente, de mi abuelo y mi abuela de lado paterno. En medio de la comida-charla llamó Juan Cruz desde el recital de Radiohead. Se escuchaba nítida la voz de Tom, y la guitarra de “Street Spirit”. Fueron dos minutos, después la comunicación se cortó. Suficiente. Debería haber estado ahí. Pero no fue posible estar ahí. Mientras tanto, mi tía hablaba de no sé que casa en no sé qué lado, un lugar padadisíaco y celeste en el que según ella se iba a ir a vivir; padre hablaba por teléfono con un amigo. Me quedé con ellos, esperando no sé qué cosa. Que se me fuera la paz, esa paz inexplicable que me agarró por unos segundos.