Ingam, el tercer corazón
(fragmento)

I

Tiempo atrás, en la casa de la montaña, vivía un chico al que le rompí el corazón. Le dije lo que tenía que decirle y salí corriendo. Las ramas de los árboles, los tréboles de cuatro hojas y las flores sin nombre saltaban alrededor y quedaban atrás. Me caí un par de veces, golpeé mis piernas, me rasguñé manos y rodillas. Para cortar camino salté la tapia de la Señora Dolores, esquivé a su sobrino, al lavarropas oxidado que cuando jugábamos con el chico al que le rompí el corazón hacía de robot, atravesé el jardín y a una sábana colgada en el tendedero la llené de mí. Escuché que la Señora Dolores me gritaba. Sin dejar de correr, giré la cabeza y la saludé haciendo un gesto insultante con un dedo. El mismo gesto que tantas veces le había hecho al chico a quien le rompí el corazón. Cuando hacía eso, él se reía. Y escucharlo reír me daban ganas de quedar. Se llamaba Santos. Y tenía tres corazones. Nos tirábamos en el pasto que rodeaba la casa en la montaña. Él sacaba leche, bolsas y papeles de una cesta, yo me tiraba, me levantaba la pollera un poco porque me daba calor, y le empezaba a contar. Siempre tenía muchas cosas que contarle al chico al que le rompí el corazón. Él preparaba las cosas, ponía todo en orden, y luego achicaba los ojos, como si al hacer eso, realmente, me estuviese escuchando. Entonces yo le preguntaba de quién estaba contando qué. Y él me respondía. A veces, Santos respondía de manera errónea para jugar; algunas otras, respondía mal porque estaba distraído. Me decía: “Son muchas personas en tu familia”. “Y siempre aparecen más”. Y agarraba palitos de árbol, y se ponía a dibujar un árbol genealógico en la tierra. Había tardes en que tenía que sacarme completamente la pollera, porque hacía mucho calor, y porque Santos ya no me escuchaba, sólo levantaba la vista de la tierra para preguntarme si el dibujo iba bien. Incluso la Señora Dolores era parte de mi familia. Venía a ser algo así como una tía muy lejana que ya no reconocía o no le daba importancia al vínculo. Cuando vio el gesto que le hice con el dedo, intentó correr detrás de mí, pero apenas pudo hacer un trecho, y se apoyó, agotada, en el lavarropas. Suficientemente lejos, ya segura, frené y me la quedé observando. “Ahora”, me decía. “Ahora”, “Ahora”. Y lo que tenía que suceder sucedió. El lavarropas que con Santos usábamos de robot tenía una pata quebrada. La pata cedió, la espalda de la señora Dolores cedió, el cuerpo cedió, el piso permaneció duro y quieto. Me di cuenta que probablemente ella o cualquier otro me seguiría. No había tiempo que perder. Di media vuelta, salí corriendo cuesta abajo. Santos tenía tres corazones. Tiempo atrás, en la casa de la montaña, vivía el chico al que le rompí el corazón.


II

Tiempo atrás llegó al pueblo un hombre soltero que no tenía nada que ver con mi familia, y con los enormes brazos que salían de ella y ya no sabíamos dónde iban a parar. Pero este hombre era soltero, tenía un apellido muy raro y, por más que lo intentamos, no encontramos relación. Definitivamente, el hombre no tenía parentesco alguno con nosotros. Se lo conté a Marga, y ella empezó a buscar en un cajón la lista con los teléfonos de gente que apenas había pasado por el pueblo. La sombra de Emiliana apareció recortada en la puerta, y después Emiliana, detrás. En esa época tenía tres años y le habíamos regalado un triciclo. Después le regalaríamos una bicicleta, una moto, e incluso le permitiría usar el auto y el tractor. Y siempre haría algo especial, como aquella vez lo hizo con el triciclo. Emiliana, el cuerpo apoyado en la puerta, y una luz rara en el rostro. Como si estuviese encendiendo un cigarrillo con los ojos, recogiendo fuerzas y cuidándolas para luego hacer algo. Que fue precisamente lo que hizo. Marga levantó la vista del álbum de fotos, recorrió con la mirada y las manos papeles, papeles, y más papeles. Cada vez de un color más tenue en las hojas, parecía como si la oscuridad estuviese cayendo (lo que era cierto) y el desgaste en el color de un papel señalara, cada vez, más lejos, más atrás. El vestido que le había puesto Marga a Emiliana esa mañana era casi del mismo color que uno de los papeles que vi pasar. “Ya van tres horas”, le dije a Marga. “Tres horas desde la última vez que vimos a Emiliana... ¿Te acordás? Se quedó apoyada contra la puerta”. Marga levantó la vista y la dirigió hacia mí y me hizo un agujero. Entendí lo que había que entender. Salí a buscarla. No la encontraba, tampoco al triciclo. Tiempo después le regalaría una bicicleta, y Emiliana haría algo parecido a lo que hizo aquella vez. Y más tarde le compraríamos una moto y veríamos eso, y ya nadie lo podría olvidar: Emiliana, con 15 años, atravesando casi desnuda una plantación. Los brazos en alto. La moto a toda velocidad y, Emiliana que, de repente, tropieza, sube, cae, rebota, desaparece. Tiempo atrás llegó al pueblo un hombre soltero que no perteneció, y no pertenecería, a mi familia. Había escuchado que vivíamos en una especie de laberinto, un laberinto o madeja que estaba ahí pero que nadie quería ver. Lo cual era cierto, visto desde la perspectiva de las ramas de nuestro árbol genealógico. El hombre tenía un hijo. Su hijo, tres corazones.


III

Tengo tres corazones y uno quedó roto. Después crecí, pero por una época me quedé escondido con mi padre (que estaba muy enfermo) en un pueblo que era conocido por ser un laberinto, aunque a primera, a segunda y a tercera vista no era un laberinto sino una pequeña población de no más de treinta casas. Allí conocí a Emiliana, principalmente porque no se podía no conocer a Emiliana. Se la pasaba corriendo por el pueblo, el verde, el marrón, las máquinas, los trabajadores y el monte de acá para allá. Usaba ropa en combinaciones muy raras, e incluso a veces se vestía como un varón. Le encantaba dejarse el pelo largo y cortárselo con una pala. Una vez le quedó tan horrible que el padre la obligó a cortárselo más corto. Emiliana lloraba sin parar, el pelo, verdaderamente, le había quedado horrible. Nos escondimos detrás de un lavarropas: me pidió que la ayudara y se quitó absolutamente todo el cabello. Emiliana, rapada, vestida como un varón, corriendo de allá para acá. Mi padre apenas si salía de la casa, sólo para hacer compras y buscar el dinero que su madre semanalmente le enviaba. Me gritaba desde la cama y la oscuridad en las que estaba tapado: “No quiero que juegues con esa chica”. “No quiero que te acerques, no quiero que juegues con esa chica”. Lo que me pedía era algo que de ninguna manera se podía hacer. Emiliana corría, podía llegar hacia el lugar que quisiera, podía irse y regresar del lugar que quisiera, corría y corría. Ella elegía dónde y cuándo parar. Y podía llegar tan lejos como deseara. Como aquella vez del triciclo. Yo tenía tres corazones y uno quedó roto, y lo llamé “Emiliana”. Mi padre estaba enfermo, recluido para siempre en un pueblo que los extranjeros veían como un laberinto, escondido en una cama, en una habitación, en la oscuridad. Con el tiempo, se borraron de la cama la sombra y la vida y los consejos de mi padre. Dejé el pueblo para no volver. Recordaba aquellas tardes, el pelo, la madeja de pelos, las historias, el cuerpo en movimiento, botellas de leche, una sábana manchada, pies, una nube de tierra, voces y gritos en el pueblo. El nombre del pueblo era Ingam. Llamé a mi segundo corazón con el nombre de mi padre. Mi primer corazón estaba roto, se llamaba “Emiliana”.

9 comentarios:

Yararán dijo...

Podría decir muchas cosas pero sólo le voy a decir una frase "de un papel de cigarrillo usted hace millones de grullas".
Hermoso.
un beso

Javier Martínez Ramacciotti dijo...

Voy a comentar por respeto a las tradiciones.
Pero lo voy a hacer posteriormente de haber hablado con Pablo del cuento, ergo, con ese sub-texto.
Me quiero divertir:

:- Loops

=) Deja vú

:() Las tetas previsibles de Schewblin

:) :) :) Mail de little sister cayendo como nieve, formando angelitos efímeros.

:- Loops

Y las grullas naciendo de las uñas de Pablo. Volando a donde tienen que hacer nido. Porque toda carta-se ha dicho- llega a su destino.

Pablo Natale dijo...

Junio: mes de escribir.
Fotos + chica + buenas historias = cuento.
Así ha sido, así será.

Entonces.

Dibujo de muchacho con sombrero.
Dibujo de caleidoscopio.
Dibujo de chicos jugando a la mancha.
Dibujo de chico entrando a las corridas en caleidoscopio.
Dibujo de mano en movimiento.
Dibujo de sombrero.
Dibujo de sombrero.
Dibujo de sombrero.
No hay grullas.

)

Yararán dijo...

sí hay Grullas y lo digo yo!

`.´

Lul dijo...

Eh, puto, tá bueno Ingam, pero no me mostrés sólo una teta. Histérico. Pasameló, dale.

Unknown dijo...

quiero más...
la fotito del cofre es muy tierna. como alguien que tiene 3 corazones

Grado Cero dijo...

también quiero más!

y coincido con Carla que la foto es muy tierna.

Pablo Natale dijo...

Tiempo. Las cuentos que me gustan mucho necesitan tiempo (como el del Oso, como las Olsen).

Irá la versión final para los tres que la pidieron arriba.

La foto es tierna. Fue el regalo más lindo que recibí en abril. Abrí el mail, y salió volando una grulla.

Fabio Martinez dijo...

Pablo ya tomabien quiero la versión final,

la verdad que me gustó mucho el cuento, la historia fluye como fluyen las palabras, y esos detalles,

yo tambien quiero tener tres corazones