9. Mr. Tobaco entre rejas


Parece mañana pero es de noche. Las luces esperan del otro lado de la ventana. Mr. Tobaco tiene las manos en los bolsillos, gira sus dedos como si tuviese algo pero no tiene nada, como si estuviese haciendo un hueco en la pared, pero no lo hace. Mr. Tobaco piensa en una bañera. Una bañera lo suficientemente grande y lo suficientemente cálida, y en su pensamiento camina, y en su pensamiento se sumerge en el agua cálida y maternal a un ritmo que es abrupto y a la vez lento. Si pudiera, Mr. Tobaco tendría dos cuerpos, dos cuerpos para meter en el agua y los dos cuerpos se llamarían Mr. Tobaco y cada uno de los cuerpos tendrían una historia diferente, una vida diferente, y él podría vivir en una y pagar por la otra. Las luces siguen esperando del otro lado de la ventana. Mr. Tobaco gira sus dedos, gira la nada entre sus dedos y, si pudiese recordar, en el recuerdo encontraría las manos de un mago y, entre las manos, dinero y detrás del dinero una llave, y alrededor de todo eso gente lo suficientemente feliz y aburrida como para dejarlo en paz. Se escuchan gritos en la cárcel del condado. Parece Alabama, pero no es Alabama. Si tuviera las agallas de mirarse al espejo, Mr. Tobaco encontraría otra cosa, se sorprendería del lugar en el que está, de lo que le está sucediendo, de la persona que es, de lo que ha hecho. Se escuchan gritos. Ha llegado la hora. Las luces titilan del otro lado de la ventana, es como si la oscuridad estuviese entrando en alguna de ellas, lentamente estuviese viviendo en algunas de ellas, la oscuridad morando en la luz, el hogar, la oscuridad y el día. Se escuchan gritos otra vez, y pasos, y rejas golpeadas. Mr. Tobaco saca una mano del bolsillo, toca la pared, roza la pared y tamborilea en la pared como si estuviese conversando en un lenguaje secreto con cualquier otra persona de la prisión y del tiempo. Pero no habla con nadie, pero no tiene en las manos cosa alguna, pero no es de noche, las luces ya no titilan, los gritos de los guardias, desesperados y molestos, ocupan el lugar, llenan el lugar. Mr. Tobaco se echa en el catre. Cierra los ojos, descansa la cabeza sobre un brazo y con el otro se tapa la cara como si quisiese borrarla, a ella o a los demás. No tiene sueño. En la cárcel del condado parece de mañana pero es de noche. Respira. El otro respira y su cuerpo existe a partir de esa respiración, existe de vuelta, parece moverse y la luz llena el lugar y los gritos lo habitan y Mr. Tobaco, que estaba desapareciendo, vuelve a existir: “Culeado, ¿qué mierda pasa?”, dice el otro, y la sábana blanca y húmeda cae, y detrás de ellas caen los pies marrones y negros y se levanta el hombre. Se mueve, inquieto, de acá para allá. Mr. Tobaco gira en su cama, gira el cuerpo, mirando hacia la pared, y el otro no percibe o percibe esos movimientos, pero sí percibe los otros porque pregunta “¿Lo lograron?”. “¿Los putos se fueron?”. Pero Mr. Tobaco tiene los ojos cerrados, y los ojos en sus ojos también están cerrados, otra vez está pensando en cartas de póker, en monedas, en dinero, y se repite, como si fuese una oración, como si esa oración fuese una casa, una cama, una bañera, como si en esa frase pudiese estar, finalmente, lo que busca, se repite: “de un lado están las cartas. Del otro lado, la verdad”. Y seguiría pensando, y se diría “de éste lado estoy yo”, pero Mr. Tobaco no llega a hacerlo, porque se duerme, y los brazos lo acurrucan.

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