Carta a los lectores
(a continuación la respuesta que le escribí a los alumnos de Fabio,
algunas de cuyas cartas pueden ver en el post anterior)



Queridos alumnos del profesor Fabio Martinez:


Soy Pablo Natale, autor de “¿Cuántos ogros?” y “Benito en el bosque”, cuentos que ustedes leyeron o que estuvieron obligados a leer y, como si fuera poco, después escribir muy simpáticas cartas.
Les escribo para contestar todas las cartas que recibí. Empiezo por la parte más fácil: muchos de ustedes me preguntaban cómo era Fabio cuando no era profesor. Fabio es una buena persona. No es como las otras buenas o malas personas, que generalmente son aburridas, como si estuvieran dormidas todo el tiempo. Si miran bien, a Fabio siempre le brillan los ojos y les puedo asegurar que adentro de su cabeza está pensando por lo menos en dos cosas al mismo tiempo. Y ninguna de ellas es dormir. Además juega muy bien al póker y le encanta bailar. Bueno. Eso.
Ahora voy a hablar de las cartas: fue muy agradable recibir dos bolsas de cartas. Cuando las recibí, primero sentí asombro, después miedo, después muchas ganas de leer una atrás de otra, después miedo, después un poco de tristeza y un poco de felicidad. Alguno de ustedes eran muy amables, otros eran muy astutos (me encantan los astutos), otros eran muy cómodos y/o vagos. Me encantó la carta de dos chicas que escribieron juntas y que estuvieron charlando antes de escribir sobre el significado de un cuento (estoy enamorado de esa carta). Me encantó la carta de un chico que quería ser escritor pero que no sabía dibujar. Me encantó la de una chica que no me escribió a mí sino al personaje del cuento. Y también me encantó que escribieran las palabras “mierda”, “soy trolasa”, y “prefiero leer el Código Davinci en holandés que leer otro cuento suyo”. Sé que en parte lo hicieron por obligación, pero me di cuenta, también, que en otra parte no lo hicieron por obligación, sino por otra cosa de la que no sé el nombre. Así que gracias por las cartas, a todos ustedes sin olvidar a ninguno, ni a la sombra de ninguno (todos tenemos sombras, cuídenlas)
Y ahora voy a hablar de la cosa más difícil y problemática que apareció en sus cartas: “los mensajes”. Muchos de ustedes escribieron que el mensaje de los cuentos no estaba claro. Bueno. Les voy a confesar una cosa. Me gusta mucho escribir. (No esa no era). Ah, era esta: NO ME GUSTAN LOS MENSAJES CLAROS.
Se los puedo explicar de esta manera: si yo supiera cuál es el mensaje de un cuento: ¿para qué escribir el cuento si puedo escribir solamente el mensaje?!!! ¡Es más fácil y ganaría más plata y parecería más inteligente! ¿No les parece?
También se los puedo explicar de esta manera: ¿les parece divertido jugar a algo cuando ya saben quién va a ganar y qué va a pasar en cada momento del juego? ¡Caray! A mí no. Me encantan los juegos y escribir se parece a jugar, en cierto modo. Si supiera cuál es el mensaje del cuento, sería como jugar a un juego del cual ya sé el resultado.
Y se los puedo explicar de una última manera (esta es más complicada): cuando leo (me encanta leer, como les dije) y cuando hago canciones (también hago canciones) siento que el tiempo se detiene. Ustedes son muy chicos y esto les debe importar poco, una mierda, o nada. Pero cuando leo y escribo y hago canciones y estoy muy alegre con mis amigos siento eso: que el tiempo se detiene. Cuando termino de leer un cuento, si el mensaje del cuento “está claro”, el tiempo empieza a avanzar de nuevo: me siento como si fuese hombre que encontró un objeto perdido y después se puso a hacer lo que hacía todo los días, etc. En cambio cuando termino de leer o de escribir un cuento y el final y el sentido del texto no están claros, el tiempo se detiene y es como si estuviera mareado o como si tuviese muchas sombras. Y, como dije, de esa manera el tiempo se detiene.
Bueno. Eso. Cuiden su sombra.
Jueguen mucho y no se duerman.
La que escribió “soy trolasa”, por favor, que se cuide.
Me encantaría terminar esto con una historia más sin mensaje claro ni nada por el estilo pero a esta altura deben estar todos dormidos u odiándome a más no poder. Incluso el profesor Fabio.
Me importa tres rábanos. Yo quiero terminar esta carta inventando una historia. Que dice: “Había una vez un ladrón. El ladrón era tan bueno que había robado absolutamente todas las cosas del pueblo. Las casas, las paredes, los relojes, los autos, la plata y las joyas. Era tan, pero tan bueno que incluso le robó a la policía las armas y los uniformes. Corría muy bien, sabía todos los trucos, todas las trampas. Robó todo el pueblo hasta que no quedó nadie ni nada. Sólo quedaba él: el ladrón que le robaba al ladrón. Cuando fue al río a tirarse para descansar, sintió que ya no podía caer al río. Cuando se movía sentía que se iba perdiendo, como si a algo suyo se lo hubiesen llevado a otra parte”.

Bueno.
Fin!
Mucha suerte a todos.
P