Calle Chaco
(texto para la serie de fotos de Juan Cruz Sánchez Delgado,
en la muestra colectiva "La felicidad de los vecinos")


¿Cómo se verá la cuadra en la que vivo de acá treinta, cuarenta años? ¿Cómo serán los que viven en ella? ¿Serán iguales a sí mismos? ¿Alguna vez fueron iguales a sí mismos? Me imagino a uno de los niños, esos que se mudaron hace poco. Los escuchaba jugar, rebotar en las paredes y en el pavimento, correr a los gritos. Uno de ellos, el más pequeño, era muy tímido, parecía estar pidiendo permiso para existir todo el tiempo. Otro de ellos, en una de las fotos está llevando una frazada; detrás suyo hay alguien, un niño de anteojos que mira a cámara y me repito, al verlo, que es la primera vez que lo veo. Cada vez que veo la foto e
s la primera vez que la veo. Allí van todos, cargando frazadas, sin darse cuenta. De ellos sólo ha quedado el silencio que ya no hacen. ¿Qué pensarán si algún día se ven en las fotos? Hay varias fotos, no sólo está ese grupo de niños. Está Lucky, el perro cuidador de la cuadra, un perro viejo con dentadura de mafioso o de pirata. En la foto parece un perro metafísico, medio angelical y embalsamado. Está Ramona, la vecina que sabe todo de todos y que habla con todos, controlando, a su manera, el tránsito y la vida de la cuadra. Hay dos que se saludan de la manera más simple y convincente del mundo. Hay un chico de brazos cruzados, está tan vivo y tan seguro de sí mismo que ya se ha ido a otro lado. A un lugar irreal. Al ver las fotos no sólo veo los movimientos secretos de los vecinos, esas cosas minúsculas de las que también estamos hechos (un bostezo, una mirada en el piso, uno fumando, dos charlando, una esperando); en las fotos también veo al que los espía. A veces ese que los espía llegaba a casa y observaba a los vecinos. Ellos, quienes quiera que sean, con sus nombres y sin sus nombres, moviéndose encima de las sombras. Adentro estaba quien los espiaba, el ojo y la cámara en la ventana. Algunos se acercaban, posaban tranquilos, como si así, con el otro, el que espía detrás de una reja, se sintieran más seguros. ¿Y dónde estoy yo? ¿Qué es lo que estaba haciendo allí en la oscuridad? Quizás estoy pensando en el futuro y en los recuerdos y en la luz. ¿Puede ser que cada recuerdo tenga una iluminación particular? ¿Puede ser que el futuro tenga una iluminación particular y esté lleno de gente que uno no conoce? Mirando las fotos, pienso que quizás el tiempo de ellas no es el presente, sino el futuro. Pienso: “ya no estamos ahí, pero estamos ahí”. Pienso: “parece como si entre la cámara y los vecinos hubiera un hilo invisible”: una especie de teatro barrial de marionetas. Entonces ahí están de vuelta. Los vecinos. Juraría que se mueven. ¿Cómo puede ser que parezcan vivos? Los imagino, por casualidad, encontrando estas fotos, que son las fotos de una calle, una siesta y una mañana y una tarde cualesquiera. Los imagino encontrando sus imágenes y sus vidas y sus gestos sin importancia, perdidos en la foto, en un futuro iluminado no sé por cuál luz. Me pregunto si alguno de ellos las verá. Si alguno de ellos se dará cuenta que ya no hay más ventana, ni más foto, ni ojo que mira ni cuerpo que se deja ver, ni mirada escondida, ni perro pirata ni Ramona. Que ya ninguno de ellos, ni la calle, ni la casa, existen. Me pregunto si alguno de ellos se dará cuenta que en las fotos todos parecen estar despertando. Al borde de viajar a uno de esos lugares que ya no existen. O regresando de él. Eso. O están despertando o están por dormir. Pero ya ha pasado el momento de preguntárselo. Y ya no puedo saberlo.