Huele a espíritu adolescente
(Reseña de "Las chicas", de Emma Cline)


1. Irse de casa: ¿cuántas novelas, cuántas canciones, cuántas películas tienen por tema “irse de casa”?: el oso de Moris, el hijo pródigo, Odiseo, Alicia en el país de las maravillas; En el Camino, de Kerouac; Moonrise Kingdom, de Wes Anderson; Extraños en el paraíso, de Jarmusch; Esperando la Carroza, Rayuela; A medio borrar, de Saer; Stranger Things, etcétera. ¿”Irse de casa” no debería ser un género, un estante particular de las librerías y los catálogos? Uno de los capítulos de la nueva temporada de Black Mirror es sobre un rubiales que se va de casa. La nueva serie Westworld es sobre una empresa que vende una alucinante experiencia virtual: irse de casa, viajar a un pueblito del siglo XIX, ser un aventurero omnipotente e inmortal. Claro que los androides que la habitan (y que no saben que son androides) empiezan a “despertar” y a “querer irse del pueblo”: esa es apenas la primera parte de la canción, del resto todavía no sabemos nada. Es precisamente a esta exitosa (y mítica) estantería donde pertenece “Las chicas”, la primera novela de Emma Cline.

2. Aunque, para ser más precisos, la novela de Emma Cline (nacida en California en ¡1989!) no es sobre una chica que se “va de la casa” sino más bien sobre una adolescente que huye de su disfuncional contexto familiar y termina en el lugar incorrecto: junto a un grupo de aparentes semi hippies que idolatran a un hippie peligroso y extorsionador que está esperando comenzar su carrera musical. La novela comete el gran acierto de no centrase en el hippie peligroso, sino en “las chicas”; es decir, (en sentido específico) el grupo de tres jovencitas con las que se obsesiona la protagonista y (en sentido general) “las adolescentes”. Adolescentes: Mtv fue un canal de videoclips musicales que se transformó en un canal de pop para adolescentes; hay quienes dicen que “El guardián en el Centeno” es la novela donde “se inventa” el adolescente moderno: un sujeto conflictuado, semimarginal, apresado por las instituciones, en pleno despertar sexual y en tensión con su familia. Y luego está la “literatura para adolescentes”, ese lugar donde brillan los youtubers y en donde resalta John Green, autor de “Bajo la misma estrella” y “Ciudades de papel”. En las novelas de Green siempre hay un personaje femenino encantador, liberal y conflictuado, a quien el personaje masculino busca y sigue; hay poemas, canciones hipster-cool y adolescentes levemente (razonablemente) inadaptados. Cline parece alimentarse de (y contrarrestar) el fenómeno Green, regresando a las fuentes salingerianas: lo que se dice una astuta (madura) lectura del mercado.

3. Podría decirse que “Las chicas” cuenta dos historias: la de una mujer de cuarenta y tantos años y su pasado como una chica de catorce. O podríamos decir que cuenta tres: la de una mujer madura en pleno retiro espiritual, conviviendo ocasionalmente con dos adolescentes, mientras recuerda su adolescencia y, en particular, el momento traumático en que se juntó con un grupo de jóvenes desquiciados que vivían en comunidad. Cline recurre tanto a la novela con adolescentes como a la novela histórica y al policial a sangre fría para narrar esa “adaptación libre” de la vida junto al clan Manson. Sin embargo, no es sólo en la combinación de esos tres “géneros” donde brilla Cline, sino en el modo en que reflexiona y escribe sobre la adolescencia: “A esa edad yo no estaba segura de cómo moverme, si caminaba demasiado rápido, si los otros notaban la incomodidad y la rigidez que había en mí. Como si el todo el mundo estuviese evaluando constantemente mi actuación y la encontrara deficiente”, escribe Cline. “El mundo secreto que habitan los adolescentes, y que sólo emerge de vez en cuando y por la fuerza, para acostumbrar a sus padres a asumir su ausencia”; escribe. “Pobre Sasha. Pobres chicas. El mundo las engorda con la promesa de amor. Cuánto lo necesitan, y qué poco recibirán jamás la mayoría de ellas”, dice y dispara, una y otra vez.


4. Capote + Green + Salinger + algo de Richard Ford + algo de John Banville: quizás así podrían resumirse las influencias o el mapa en donde se mueve la primera novela de Emm Cline, aunque quedaría tanto afuera. Podríamos preguntarnos de cuál de las eximias narradoras norteamericanas está más cerca la novel autora: ¿O Connor, Moore, Berlin, July, ninguna de ellas? También podríamos buscar su paralelo argentino contemporáneo y consultar qué novela se le parece, cuál de todas esas que hablan de jovencitos pop que crecieron en los noventa, escritas desde un yo remilgado, irreverente. Se podría pensar, además, en el éxito mercantil del tema “asesino serial” y luego en “El Clan Puccio” que espectacularizó su fama durante el 2015. O mejor, podríamos preguntarnos si no es Cline ese punto de cruce entre la prosa elegante y tensa de Samantha Schweblin, el lenguaje reposado de Selva Almada, el policial a lo Almeida, y lo siniestro y terrorífico en Mariana Enriquez. De uno u otro modo, ahí queda Evie Boyd, la mujer que protagoniza la novela: encerrada con sus recuerdos, atrapada entre la aparente inocencia de unos adolescentes y “la chica” que fue, la que creyó ser, todas la que podría haber sido. Como si la adolescencia fuese un idioma confuso, repleto de gestos de violencia y amor: una dimensión paralela, un cofre (brillante y a la vez oscuro) de inagotables promesas sin cumplir.




(publicada en Hoy Día Córdoba, noviembre)