"Mi meta -dijo la madrecita- no es hacerme la vida más sencilla.
Dijo: -Mi meta es hacerme más sencilla a mí misma".

"Había nacido, al igual que todos, sobre una calle inclinada".

"Imagine que está de pie en medio de una niebla fresca y brillante. El futuro está de un lado. El pasado del otro. Nota la niebla fresca y húmeda en la cara. Gire a la izquierda y empiece a caminar".

pd: (Triple Mudanza!!).
El indie y el sol



Mientras buena parte de la neojuventud cordobesa viaja en sulky a ver a Radiohead, y yo pienso cómo voy a hacer para escribir un cuento con Thom Yorke sin ver a Thom Yorke (un bar, un tipo entrando en un bar, un blanquito de cabeza ladeada y un ojo medio cerrado escribiendo en una servilleta, pensando lo bien que queda la imagen de una cascada de desperdicios cayendo sobre el mundo, y lo buena que resulta la imagen de un tipo llamado Pablo con un panal de abejas incrustado en la cabeza, hasta que entonces yo entro y le digo que tengo una guitarra, que me llamo Jhonny).
Cómo voy a hacer para escribir ese cuento, decía, cómo le hago para describir la imagen de Thom sin ver a Thom.
Vaya uno a saber.
Por eso, mientras buena parte de la generación depresiva va a visitar la banda de las libras esterlinas, ahí les dejo un poco de posrock para escuchar, música sacada de myspace, ese lugar volátil lleno de actrices porno, mutantes, fanáticos idiotas y bandas emergentes.
“Posrock”, música hecha para escribir.

1) Balmorhea, una banda que acaba de sacar nuevo disco, cuyo nombre está inspirado en una ciudad perdida (y cuya música también: es tan difícil no sentir nostalgia de lo que no existe).

2) Go – Neko, unos puerteños que con nombre tan raro designaron a su banda, que tienen un tema se llama “Niños Beta”, y otro excelente que se llama “Go perros” (al escuchar esa canción es como si una puerta se abriera, y entrara un perro con una luz increíble saliéndole de la boca, y se echara en un rincón al tiempo que uno, finalmente, escribe).

3) Y, por último, Yndi Halda, un grupo de posadolescentes cuasi emos que la destrozan y, como si fuera poco, dicen que pueden superarse. El mejor disco de posrock que escuché hasta día de hoy. Al escucharlos el sol sale y la gente de Noruega se tira en el mar nadando desesperada hacia él.

El viejo juego de la mancha o del amigo invisible...

¿Por qué?

Lecturas de verano (2/4): sobre la narrativa de Sergio Gaiteri


A esta altura del partido el cordobés Sergio Gaiteri tiene dos libros de cuentos editados (“Los días del padre” y “Certificado de convivencia”) y por lo menos una novela y dos libros de cuentos más en estado de inedición momentánea. Lo que se encuentra en esos dos libros y en el conjunto total de 13 cuentos es una poética absolutamente definida de qué y cómo contar, a tal punto que el ejercicio de esa poética en el tiempo da resultados cada vez más logrados, y al punto de que en una entrevista con Lo Presti ciertas reglas propias a los textos de Gaiteri -condensación, contundencia, golpes a media altura- se repitan como si esa entrevista también fuese parte de los cuentos.
La narrativa de Gaiteri: se trata de una versión competente de minimalismo en clave regional, clave regional que consiste en situar las vivencias y conflictos de sus personajes de clase media en el ámbito restringido de la provincia de Córdoba. Así como en un cuento un tal Oscar usa un mapa GNC para saber qué trayecto tomar en su ruta de vacación, de igual modo podríamos hacer un mapa SG, delineando los espacios ocupados y no ocupados, todavía, por Gaiteri. Y observando ese mapa, podría llamarnos la atención la ausencia de la Universidad, de la constelación cuartetera, o la invasión de callcenters (por poner ejemplos).
Pero no sólo en ese detalle (anclaje referencial de su narrativa en la provincia) está el regionalismo probable de Gaiteri, sino más bien en mantener intocable la propuesta narrativa del minimalismo (orden del texto, sencillez y pulcritud del lenguaje, nombres de los personajes, forma de sugerir, presentar y resolver los conflictos) y sin embargo cambiarlo en su forma de aparición. Como en aquella entrevista con Lo Presti, cuando Gaiteri dice, “allá pueden irse a cualquier lado, acá no”. Quiero decir: los cuentos de Gaiteri parecerían todo el tiempo jugar a estar evidenciando lo que hay de este lado de la sierra. Los problemas de trabajo, desocupación, subsistencia y estabilidad de vida; la falta de dinero, la imposibilidad (material) de buscar demasiado lejos. Regada de padres, hijos y relaciones de pareja en estado de decadencia (otro territorio momentáneamente vacío es la existencia de un narrador no masculino), resulta interesante ver cuál es el mejor Gaiteri: si el que narra con la voz del adulto que está soportando una carga de dignidad y responsabilidad íntimamente insostenible (hete ahí el drama), o el que narra con la voz de adolescentes que observan su mundo y el mundo de sus padres como si hace tiempo algo en el microsistema hubiese empezado a fallar (pero no saben qué).

Posdata: en esa clave regionalista en que Gaiteri se apropia de los relatos minimal se hace particularmente notable la ausencia de un grupo etario. No, no los niños. No, tampoco los viejos. Los adolescentes seudo adultos, la franja etaria de mentes y manos vacías que se incrementó (o se produjo) en los 90. Las flexible clase joven menemista.

Lecturas de verano (1/4): “Familí” de Ema Wolf

La diferencia entre un libro para chicos y un libro para grandes está principalmente en el tamaño del que lee. De tal modo, los gigantes se muestran enojados y sólo leen muy buena literatura; los enanos de jardín reciben lo que venga (aunque a veces sueñan con ser gigantes).
Hay cosas que uno se olvida sin querer y otras a propósito. Lo primero que leí en mi vida probablemente fueron los nombres de helado en las heladerías o los carteles de precaución a la entrada de un club. Pero hubo un periodo en que nos pasábamos libros entre los chicos del barrio, incluso llegamos a leer en voz alta un Elige tu propia aventura en un día de mucha lluvia y cuando no nos pusimos de acuerdo nos agarramos a trompadas. Después vinieron otros libros. Y después otros. Y en el medio, revistas, videojuegos y gente desnuda. En alguno de esos comienzos, me regalaron “Familí”, de Ema Wolf.
Los relatos para chicos no son escritos por chicos. Por lo menos hasta ahora no existe eso. Antes de llegar a ellos, los relatos pasan por un embudo gigante. En él se decide qué son los chicos, y qué deben, no deben, qué quieren leer. Uno de los antecedentes de los relatos para chicos son las fábulas. O sea. Relatos con moraleja. Enseñanzas. “Lo esencial es invisible a los ojos”; “está bueno soñar pero el buen juicio es lo más sano”, por ejemplo. O cualquier otra cosa igual de simpática. La idea de fondo es que leyendo se aprende algo. Como me escribieron por mail, el final de un cuento para niños es la Moral. El propósito indiscutible de la literatura (infantil) es crear buenos muchachos.
O no. Quizás no habría que diferenciar la literatura infantil de un uso infantil de la literatura. Entre los gigantes que controlan el embudo y la forma en que, desde abajo hacia arriba, el cielo se refleja en el agua.
“Familí” de Ema Wolf es un libro de cuentos publicado en Argentina en el 92. ¿Moral? Lectura inevitable. Pero también pasa otra cosa. Lo que hay en Familí son doce personajes desquiciados y, de fondo, la familia tradicional deshecha. Un tío que cree que en la casa de las buenas personas debe haber un porcentaje elevado de olor a pis de gato y por eso tiene muy pocos amigos (Moraleja: lo higiénico es indicio del mal). Una abuela que empieza a dibujar naturalezas muertas. Pinta todo tipo de frutas. Y como se queda sin frutas nuevas en su casa, sale a robar por los jardines del barrio e incluso traza un mapa estratégico (Moraleja 1: hacer arte es divertido y casi justifica el saqueo. Moraleja 2: cualquiera puede hacer arte. Moraleja 3: un mapa es arte, pero arte de guerra).
Hay más: una dentadura que come sólo caramelos eucaliptos; un familiar que reencarna en un gato en celo; la prima Cleta que sufre ataques de ictericia y decide reescribir la historia. Un rey ancestral que se va atrás de una aldeana y deja a un antepasado genealógico controlando la llegada de normandos con un catalejo. El antepasado se muere de senectud en la torre de control y a partir de entonces todos los antepasados llamados como él (Lulio) viven controlando la llegada de los normandos a través de un catalejo y de tal modo salen posando en las fotos (Moraleja: la obediencia es imbécil; la imbecilidad se contagia a través de los vínculos de sangre).
Mucho menos clásicos que carnavalescos, los retratos de familia creados por Ema Wolf tratan de gente deforme que intenta vivir con felicidad y sobrellevar el desastre. Un enigma: nunca sabemos nada del miembro principal de la familia (el que narra). Pero sin duda disfruta contar lo que está contando, tiene un sentido perverso de la observación y del humor, y no necesita andarse con tradicionales moralejas. Basta con mostrar el caos alegre y bizarro que existe en la contratara de los chusmeríos de familia.