Lecturas de verano (1/4): “Familí” de Ema Wolf

La diferencia entre un libro para chicos y un libro para grandes está principalmente en el tamaño del que lee. De tal modo, los gigantes se muestran enojados y sólo leen muy buena literatura; los enanos de jardín reciben lo que venga (aunque a veces sueñan con ser gigantes).
Hay cosas que uno se olvida sin querer y otras a propósito. Lo primero que leí en mi vida probablemente fueron los nombres de helado en las heladerías o los carteles de precaución a la entrada de un club. Pero hubo un periodo en que nos pasábamos libros entre los chicos del barrio, incluso llegamos a leer en voz alta un Elige tu propia aventura en un día de mucha lluvia y cuando no nos pusimos de acuerdo nos agarramos a trompadas. Después vinieron otros libros. Y después otros. Y en el medio, revistas, videojuegos y gente desnuda. En alguno de esos comienzos, me regalaron “Familí”, de Ema Wolf.
Los relatos para chicos no son escritos por chicos. Por lo menos hasta ahora no existe eso. Antes de llegar a ellos, los relatos pasan por un embudo gigante. En él se decide qué son los chicos, y qué deben, no deben, qué quieren leer. Uno de los antecedentes de los relatos para chicos son las fábulas. O sea. Relatos con moraleja. Enseñanzas. “Lo esencial es invisible a los ojos”; “está bueno soñar pero el buen juicio es lo más sano”, por ejemplo. O cualquier otra cosa igual de simpática. La idea de fondo es que leyendo se aprende algo. Como me escribieron por mail, el final de un cuento para niños es la Moral. El propósito indiscutible de la literatura (infantil) es crear buenos muchachos.
O no. Quizás no habría que diferenciar la literatura infantil de un uso infantil de la literatura. Entre los gigantes que controlan el embudo y la forma en que, desde abajo hacia arriba, el cielo se refleja en el agua.
“Familí” de Ema Wolf es un libro de cuentos publicado en Argentina en el 92. ¿Moral? Lectura inevitable. Pero también pasa otra cosa. Lo que hay en Familí son doce personajes desquiciados y, de fondo, la familia tradicional deshecha. Un tío que cree que en la casa de las buenas personas debe haber un porcentaje elevado de olor a pis de gato y por eso tiene muy pocos amigos (Moraleja: lo higiénico es indicio del mal). Una abuela que empieza a dibujar naturalezas muertas. Pinta todo tipo de frutas. Y como se queda sin frutas nuevas en su casa, sale a robar por los jardines del barrio e incluso traza un mapa estratégico (Moraleja 1: hacer arte es divertido y casi justifica el saqueo. Moraleja 2: cualquiera puede hacer arte. Moraleja 3: un mapa es arte, pero arte de guerra).
Hay más: una dentadura que come sólo caramelos eucaliptos; un familiar que reencarna en un gato en celo; la prima Cleta que sufre ataques de ictericia y decide reescribir la historia. Un rey ancestral que se va atrás de una aldeana y deja a un antepasado genealógico controlando la llegada de normandos con un catalejo. El antepasado se muere de senectud en la torre de control y a partir de entonces todos los antepasados llamados como él (Lulio) viven controlando la llegada de los normandos a través de un catalejo y de tal modo salen posando en las fotos (Moraleja: la obediencia es imbécil; la imbecilidad se contagia a través de los vínculos de sangre).
Mucho menos clásicos que carnavalescos, los retratos de familia creados por Ema Wolf tratan de gente deforme que intenta vivir con felicidad y sobrellevar el desastre. Un enigma: nunca sabemos nada del miembro principal de la familia (el que narra). Pero sin duda disfruta contar lo que está contando, tiene un sentido perverso de la observación y del humor, y no necesita andarse con tradicionales moralejas. Basta con mostrar el caos alegre y bizarro que existe en la contratara de los chusmeríos de familia.