Llegada
. Desde arriba de la avioneta del señor Mazola (único aeroplano existente en Carlos Paz) puede verse la ciudad entera y sus alrededores: las casas parecen de juguete, las sierras son montículos verdes irreales, el lago es una mancha espejada de color indeterminado. El resto: calles, un hilillo de agua (el río), las rutas que llevan de una ciudad a otra. Desde aquí arriba eso es todo lo visible: una escenografía, una ciudad fantasma. Son las 9 de la mañana del 2 de enero. Llueve, luego sale el sol. De golpe, en una oleada incontenible, las rutas se llenan de puntitos móviles: miles de autos nadan en el cemento. Cada vez más puntos móviles, acercándose poco a poco al centro del hormiguero: Carlos Paz.

Vacaciones. Arena y sol. 10 de la mañana. No hay nadie en el río. A esta hora y en otra época los vacacionantes estarían trabajando o preparándose para trabajar. Ahora duermen en algún lado y sueñan sus sueños de toda la vida: los sueños no se toman vacación. Desde las 11 de la mañana el paisaje cambia. Llegan familias con reposeras y canastas de mimbre. Hay niños, siempre hay niños. Buscan un lugar sobre la arena, preferentemente cerca de otra gente, mejor si es un lugar donde no hay “d
emasiada” gente: a mayor cantidad de personas menor intimidad y menor tranquilidad (si tal cosa es posible en un lugar lleno de gente desnuda jugando a ser animalitos primitivos). Aclaración: salvo excepciones, nadie se aísla en un lugar apartado. La cercanía visible de otros seres humanos parece ser una cualidad necesaria del paisaje: para mirar al otro, claro, pero también para estar seguros que en el recodo de agua elegido no es peligroso.

Diapositivas. a) una señora de unos 60 años sentada a la sombra en una reposera, completamente vestida (lleva medias). Lee una revista: en la tapa, una modelo de cuerpo escultural muestra sus intimidades bien tostadas. La tapa de la revista da al río, el contenido de la revista da al rostro (oculto) de la anciana. b) un joven moreno, a metros de una playa repleta, apenas escondido. Tiene espuma de afeitar en la cara, saca la mano del agua, de ella la gillette. Se afeita mirándose en el río. Una parejita pasa cerca. Dicen “qué asco” pero lo suficientemente bajo como para no ser escuchados. Caminan unos pasos, se quitan la ropa, se meten al río. c) Otra parejita, tirada sobre un toallón. Él está un poco gordo y pálido. Ella se abraza a él. Lleva bikini. Se besan. Puede verse, desde un plano inclinado en detalle, sus amables senos casi descubiertos y, más arriba, las bocas susurrándose palabras de amor y verano. d) Adolescentes jugando al rugby de orilla a orilla. Uno de ellos se trepa a una piedra alta. Lo agitan para que salte: “hace la mortal, puto”, le gritan. “Dale puto”, insisten. “Puto, no te vas a animar”. Cantidad de travestis en el agua: sólo 1, en una anécdota contada por un vacacionante.