Último bondi a Casas
(reseña sobre "Breves apuntes de autoayuda", de Fabián Casas)


Hay libros buenos y libros malos, así como hay películas buenas y malas. Y también una carpeta o una parte del alma o de la vida del espíritu llamada “otras cosas”. A esa zona híbrida y neblinosa pertenece el nuevo libro de Fabián Casas, que bien podría ser una continuación de los “Ensayos Bonsai” (Emecé, 2007), una versión paralela de sus cuentos en “Los lemmings y otros” (Santiago Arcos, 2005) o de aquellos versos que duermen bajo cada una de sus palabras: “me pregunto en qué momento / los dinosaurios sintieron / que algo andaba mal”.

Reseñas, ensayos, perfiles, comentarios, apuntes biográficos: todo eso es y se deja ser en “Breves apuntes de autoayuda”. Es cierto que en las primeras páginas Casas se dedica a bajarle el dedo a Tinelli, a los libros digitales y a proponer una lectura en clave matrimonial de la obra de B

orges, y que no parece haber nada nuevo bajo el sol. Pero es entonces que llegan los textos acerca de autores de menor reconocimiento “universal” (Madariaga, Desiderio, García Helder), los comentarios acerca de la filmografía de Jonathan Glazer, de una película sueca de niños vampiros, de una canción de Calamaro, de un amigo boxeador, de la unión civil entre personas del mismo sexo, de una vez que fue a ver una película con su mujer. En ese momento, el libro de Casas se transforma en otra cosa y cada texto sigue su propio rastro y no sabemos a dónde nos lleva, cuándo terminará ni qué le sigue. Pero ahí están, brotando del libro, la vida y la obra de Silvia Plath, Fogwill, Cormac Mc Carthy, Roberto Bolaño, Sándor Márai, Salinger, Aira, Giannuzzi y, sobre todo, Casas. Casas mirando el cielo como un dinosaurio y haciéndole respiración boca a boca a la literatura. Casas flotando en el medio de un volcán, armando la biblioteca del fin del mundo, urgiéndonos a leer y a mirar y pensar las cosas y trazar, mientras tanto, cualquiera de nuestras biografías.

Emparentado con “Otras inquisiciones” (Borges), “Hablar de Langostas” (D. Foster Wallace) y “Verano” (J. M. Coetzee), el libro de Casas puede pensarse así como una fotografía de su propia biblioteca-habitación segundos antes de que los libros desaparezcan, o como uno de esos videos A-B-C de Deleuze en el que el tipo ilumina la vida y su obra hablando de todo cuanto se le cruza. “El lugar ideal para vivir y crecer es el bar de la Guerra de las Galaxias”, dice F.C. O también: “Convirtió su dolor en aventura”; o también, “Oaky nos está contando ya a una edad temprana que en el amor tiene que existir un desplazamiento espacial”; o también, “El mundo es un lugar hermoso cargado de tristeza”.


A su vez, el libro de Casas es un álbum de recuerdos en el que vamos encontrándonos, de a pedazos, con la autobiografía del autor, que recuerda cómo llegó a un libro, cuánto le costó, en qué bolsillo lo guardó, a quién se encontró mientras lo leía, hacia qué parte del futuro o del pasado fue teletransportado. Pero no olvidemos el título: “Breves apuntes de autoayuda”. Esa es otra de las cosas que podemos encontrarnos en el libro: una visión del mundo, preguntas, pero, antes que nada, la vocecita de un ángel guardián que nos avisa y nos trata de proteger de las cosas. Ideal para los malos días, ideal para rumiar antes de irse a dormir, o un domingo, con la cabeza apoyada en las manos.

Así es que “Breves apuntes de autoayuda” no tendrá un anaquel determinado en biblioteca alguna. Es un libro escrito mientras se derrumba una biblioteca. Caen Fogwill, Bolaño, muere Plath, le parten el corazón a Borges, Fort come chocolate, el padrino de Casas le habla de fantasmas. Allí están, entonces, los que se han ido, la procesión caminando delante de nuestros ojos. “Los ejércitos invisibles”, los llama Casas que, como un dinosaurio entre los dinosaurios, mientras cae el sol, les ofrece un himno.



(publicado en la Voz, 01/10/11)