Ciudad Chaves
(reseña sobre "Chan Marshall", de Luis Chaves)



Hay varios tipos de canciones: están las canciones de amor, las canciones de desamor, está la música instrumental y después están todas esas canciones en otro idioma en las que por misteriosas razones no podemos dejar de pensar. En “Chan Marshall”, Luis Chaves ha compuesto una serie de poemas que es esas cuatro cosas a la vez.
Por un lado, hay poemas o fragmentos de poemas que hablan de una niña que crece sola imaginando canciones: esa niña es Chan Marshall, quien luego se convertirá en Cat Power y que hará cientos de canciones y un disco al que Chaves le escribirá una Oda y que remixará, como un dj solitario, en diferentes partes del libro.
Por otro lado, hay poemas o fragmentos de poemas que hablan de los afectos, del modo en que la vida de una pareja se consume o se deja caer y se parte y se devalúa. “Esa foto donde ninguno de nosotros sonríe: / ¿quién nos creerá que fue de la época buena”, se pregunta Chaves mientras recuerda a una mujer que, dormida, parece perdonarlo todo y a un viaje en colectivo y a una suegra bailando cumbia como si fuera rocanrol.
Luego hay una ciudad que podría ser San José o Buenos Aires o Alabama o un pueblo en el que todos se juegan la vida a la suerte, perdiéndola a cada momento. La música instrument
al está a cargo de esa ciudad imaginaria desde la que Chaves describe los titulares de los periódicos, un monumento ecuestre, el sonido de los refrigeradores, un señor alimentando palomas, una mancha de kétchup, el agua tibia bajando por una canilla en verano, y una hiedra enorme y salvaje que crece “lejos de la simetría / con determinación”.
Y parecería que nadie puede con esa hiedra, que esa hiedra son los poemas de Chaves, creciendo entre las paredes de los lugares que habitamos.
Así que escribiendo poemas a la música de Cat Power y escribiéndol
e poemas de desamor a la vida de pareja y escribiéndole poemas de amor y desencanto y odio a una ciudad es que Chaves ha compuesto un libro que uno se pone en los ojos y luego queda girando en la cabeza, parecido a un vinilo rayado o a un compilado de canciones de esas que es mejor escuchar en soledad.
Quizás el mejor ejemplo de esto sea el poema “El perro de los vecinos”. El poema cuenta la vida de un perro encadenado que duerme con los ojos abiertos y también habla de una cita de con una ex bajo la luz de un reflector y luego ambas cosas se mezclan y todo termina con un resplandor en la cabeza y los animales en la boca.
Eso es, finalmente, “Chan Marshall”, de Chaves. Un libro en el que cada poema susurra una melodía mínima que en silencio se superpone a la del poema siguiente y así.
Una ciudad en la que suenan todas esas canciones juntas.
Un encantador idioma desconocido, como si cuatro extranjeros hablaran del otro lado de la habitación y tuviésemos la certeza de que están hablando acerca de nosotros.


(publicado en la Voz del Interior, 22/10/11)