El odio contra los libros 
(acerca del último cortometraje animado ganador de los Oscar)



Un hombre de sombrero con aires de yanqui de los años 30 y con cierto parecido a Buster Keaton está leyendo en el balcón de un hotel. No sabemos si es un lector casual ni de dónde sacó el libro, no sabemos si está de vacaciones, no sabemos de su familia, de su trabajo, no sabemos nada, salvo que parece un buen hombre. Lleva traje marrón, bastón y sombrero y está leyendo placenteramente un libro rojo que parece editado por una imprenta del siglo XIX. Sucede entonces que un huracán azota la ciudad en la que está el hotel y el hombre que leía no puede seguir leyendo porque el huracán, además de destrozar la ciudad y llevarse a la gente, sus casas y sus bienes, se llevó el libro.
Así empiezan las aventuras de Mr. Morris Lessmore en “Los fantásticos libros voladores de Mr. Morris Lessmore”, el cortometraje animado que hace un par de semanas fue premiado con el Oscar, en una época en que seguramente había millones de cortometrajes animados dando vuelta por la faz de la tierra.
Durante las horas siguientes a la premiación el video multiplicó exponencialmente sus visitas en youtube y se llenó de comentarios halagadores que parecen tiernos sólo a primera vista: “Esta generación de niños debería leer más en lugar de perder el día entero en Twitter, Facebook y la xbox”, dice un comentarista ocasional. “Precioso. Espero que las nuevas generaciones puedan entender el mensaje: cómo los libros pueden iluminar y enriquecer nuestro mundo. Se me cayó una lagrima”, dice otro. “A 166 personas no les gusta esto. 166 personas no tienen corazón”, determina el siguiente, que hace de sus problemas de sensibilidad un conflicto civil. “Claramente, los libros no van a morir”, dictamina  el próximo.
En síntesis: en épocas de intensos cambios tecnológicos, una de las industrias más poderosas (aliada y hermana de Disney) premió a un cortometraje que habla sobre “los libros”; un cortometraje con referencias al cine mudo, a los años 30, a Humpty Dumpty e incluso al huracán Katrina, y donde una melodía aparentemente tierna sugiere qué es lo que cada cual debe sentir y cuándo.
La principal (y casi exclusiva) característica de Morris Lessmore (el protagonista) es que un apasionado por la lectura. De hecho, lo único que terminando sabiendo a las claras de Morris es que le gusta leer (libros (de papel)). Casi que resulta un simpático maniático compulsivo, un nerd, un ratoncito de biblioteca: cuando llega el tornado se preocupa más por recuperar el libro que estaba leyendo que por su propia vida. Cae en un mundo paralelo, donde hay unos hermosos prados y una pequeña mansión-biblioteca en la que se recluye, voluntariamente, a leer y leer. Incluso hace de archivista, le da “vida” (literalmente) a un libro viejo que estaba deshojado. Luego, rodeado de soledad, se pone a escribir su propia vida mientras muy de vez en cuando alguna visita aparece para recibir un libro “que le da color” (antes de tomar el libro, los visitantes están en blanco y negro). Al final, Morris termina de escribir su libro y se da cuenta que es hora de irse. Un tornadito de libros lo rodea: Morris rejuvenece y abandona la casa. Qué triste, qué bonito.
Ahora bien: el problema de “Los fantásticos libros voladores de Mr. Morris Lessmore” es el mismo problema que tiene buena parte de la literatura “para niños” y las películas de Hollywood. Es tendencioso, plantea una moral simplista de “lo evidentemente bueno o lo evidentemente malo”, y deja una nube de moral flotando en el aire, casi como un libro abierto. El problema es que todas las ideas clásicas, románticas y espirituosas que han rodeado a la cultura de los libros se ven puestas en marcha al mismo tiempo, hasta el punto de parecer sólo una maquinaria que funciona pero que no tiene esquirlas ni profundidad.  
Ideas que explota el cortometraje:
“Los libros dan vida a la gente”.
“Los libros enriquecen el espíritu”.
“Los libros apartan a la gente del dolor del mundo”; “Incluso si acaba de haber un tornado”.
“Los libros permiten el cultivo del propio ser y el descubrimiento de una filosofía de vida
sencilla, inteligente, sabia y pacífica”.
“No hay violencia en el mundo de los libros”.
“Disfrute de la lectura”.
“Los libros están relacionados con el sacrificio y la elegancia”.
“Etc.”.
Claro que ocurren otras cosas. Por ejemplo: la lectura se asocia con la escritura, como si ambas cosas fueran lo mismo (lo cual es una hipótesis amable y pertinente, como mínimo, para los tiempos que corren). Por ejemplo: Morris está en un hotel (o sea que es un viajero) y sin embargo se llevó consigo una cantidad asombrosa de libros (cómo no envidiarlo). Por ejemplo: Morris puede envejecer o rejuvenecer cuando deja de leer o de escribir (proponiendo una noción de tiempo reversible).
Sucede que unas semanas antes de premiar este cortometraje, el gobierno de los Estados Unidos impulsó políticas de censura y control sobre los usuarios de la web, guiado por las preocupaciones financieras de los señores de la industria del cine, los magnates de la industria musical, los políticos conservadores, la invención del terrorismo y, en menor medida, las pocas “grandes” editoriales que hay.
En “Los fantásticos libros voladores de….”, el uso del ideario que rodea a la literatura y que la impregna y la hace real (un ideario tan vinculado a cualquier cosa que queramos llamar “arte”) es explotado y sobreexpuesto en una defensa innecesaria y anquilosada del mundo de los libros, mundo del que el cine siempre se ha retroalimentado y al que ahora parasita para soltar su mensajito de melancolía y deseo de regreso a las buenas épocas.
Morris Lessmore jamás come en todo el cortometraje. Le da de comer a los libros, convertidos en un ser humano con exigencias y voluntad propia: una cosa que está viva y que decide por nosotros y nos reclama cosas. Literalmente: un fetiche. Morris “cuanto más menos” (traducción chabacana de su apellido) se autorrecluye en una mansión bibliotecaria rodeado de una naturaleza dibujada y domesticada: prados bien podados,  caminitos de césped y flores, pájaros que cantan al son de la buena música (como si realmente la naturaleza pudiera educarse de una sinfonía).
Pero: ¿Es que no acaba de pasar un tornado?; ¿Dónde están todos los que sufrieron la violencia de lo inesperado?; ¿Quiénes trabajan en esos campos? ¿Quién les paga por hacerlo? ¿Por qué no dicen nada los libros de eso? ¿Por qué nadie tiene una condenada computadora en todo el corto? ¿Dónde están los celulares?
Son preguntas mezquinas. Son preguntas incorrectas. Son idiomas diferentes, ¿no?
Hace poco leí un libro en que se decía “en esta historia no hay enemigos”, lo cual, vale decir, el libro respetaba a rajatabla. El resultado era una narración sentimentaloide, sin tensión, centrada en la sensibilidad amorosa de un personaje que se queda solo y cuya espiritualidad escéptica y melancólica era sobreexpuesta. Lorris Lessmore es un solitario. Lorris Lessmore puede hablar pero no habla. Si lee, puede volar.
¿Esos son los sueños de algunos hombres? ¿Que si leen pueden volar?


(publicada en "Deodoro", Mayo. 
Para ver el corto, simplemente hacer click en la imagen)