Cartas de cartón
(reseña de "Querida Alicia", de Anahí Mallol)



Están las cartas que le escribía Kafka a Milena, están las cartas que se escribían Scott y Zelda Fitzgerald, están los mails que se enviaron Tao Lin y Ellen Kennedy jugando a ser hikikomoris, está la carta de la Maga a Rocamadour, está aquella famosa canción de Eminem basada en una carta, están todas aquellas personas en las que pensamos cuando estamos solos y está “Querida Alicia”, de Anahí Mallol.

 “Querido Daniel / escribo para decirte / leí tu libro / y me gustó”, leemos apenas comenzado el libro. “Querida Susana / años sin vernos / quién lo hubiera dicho”, leemos luego. 
Son poemas que siguen la respiración, la soledad y la templanza de una carta imaginada. Al mismo tiempo, son bocetos de cartas, fragmentos de monólogos interiores, retratos de los seres queridos y del cariño que viene y se va, con su propia cadencia, como un conejo con un reloj. 
Mientras tanto, aquellos que rodean a los poemas se hacen grandes y se hacen pequeños, rozan lo sencillo, lo detallado, lo minúsculo, y la que escribe se deja llevar por su voz: hay encuentros literarios, hay niñas jugando a ahogarse con una bufanda, hay amantes desconocidos, hay bebés, hay un libro llamado “matrimonio”, hay gente que se encuentra y se ríe pero está claro que lo hacen del otro lado del papel.
En una imagen ya clásica en nuestras vidas imaginarias, impulsada por las películas y las series, estamos sentados frente a una hoja, dejándole un mensaje a alguien: no damos con las palabras correctas y, frustrados, hacemos un bollo de papel. En “Querida Alicia”, Anahí Mallol hace de esos momentos una experiencia estética y cambia los bollos de papel por mensajes en una botella, haciendo de nosotros, lectores, una parte importante de ellos: seremos los últimos en recibirlos, solos frente a las hojas.
“Boris, no te escribo las cartas que quisiera. Las verdaderas no rozan ni siquiera el papel”, leemos en el epígrafe que abre el libro, una carta más o un poema más o una parte más del retrato de los que quedan. “Querido Kurt / mi luz brillante / mi fuego fatuo / pido un deseo / para que no me sea concedido / nunca”, leemos después o antes, porque eso hacen las cartas y los libros: nos llevan a hurgar acá y allá, sosteniendo otra vida entre las manos.



(publicado en la Voz, el 19/07)