Susanita y el mar
(uno de los cuentos editados por Sofía Cartonera este año)


Susanita y su novio Andy viajaron a Mar del Plata para conocer el mar.
Susanita llevaba un bolso lleno de ropa, bronceador, revistas de moda y una libreta con las cosas que tenían que hacer. Andy no llevaba nada, en realidad era llevado por Susanita, como si fuera parte de su equipaje. 
Todo el viaje en tren Susanita lo hizo callada. Andy, en cambio, estaba tan ansioso que sólo habló y contó chistes. Decía que Mar del Plata en otra época seguro se llamó “Mar de oro”, y en otra “Mar de dinero”, y en otra “Mar de pesos”. Decía que en aquellas épocas los piratas creían que si se tiraban al agua capturarían muchas monedas de un peso, hasta que un día un pirata murió ahogado porque juntó dos millones de monedas de un peso y no pudo salir a flote, tan pesadas eran. Cuando Andy contó esto, Susanita lo miró de reojo, como diciendo “sos incorregible”, y volvió a quedarse dormida.
Susanita era pelirroja, pálida, alta, esbelta y hermosa. Era tan hermosa que daban ganas de comérsela. Su novio Andy, en cambio, era un alfeñique: era pálido, alto, flaquito y feo. No le gustaba hacer ejercicio, no le gustaba nadar, sólo le gustaban: Susanita, hablar mucho y hacer chistes tontos. 


Apenas se bajaron del tren, Susanita y Andy fueron al hotel y después a la playa. Susanita se sacó toda la ropa, se dejó una bikini muy chiquita para cubrirse, se puso bronceador, cerró los ojos y se tiró a tomar sol de espaldas y después de frente. Andy el alfeñique, en cambio, se dejó la ropa y se quedó mirando el mar. No entendía bien porqué, pero le daba nostalgia, como si el mundo de la arena estuviera en un tiempo y el mar en otro. 
Andy empezó a recordar muchas cosas que le habían pasado. Recordó tantas cosas que le dieron muchas ganas de hablar. Entonces, sin mirar para el costado, a ver si su novia estaba despierta o dormida, empezó a contar cómo una vez su abuelo se había caído de un tractor, cómo la abuela se había tropezado con una botella de sidra en una navidad y cómo el gato se había caído en el inodoro cuando trataba de tomar agua y a partir de entonces lo empezaron a llamar “pescado”. 
Andy el alfeñique contaba todo esto mientras lo recordaba, al contarlo era como si lo fuera descubriendo y sentía algo muy triste y a la vez muy hermoso. 
Y así pasó la tarde hasta que el sol se ocultó detrás de unas nubes. Entonces Andy miró al costado y vio que su novia Susanita ya no estaba. No, sí estaba. Seguía recostada en su toallón, con la crema bronceadora al lado y de espaldas al sol. 
Pasa que Susanita ahora era más chiquita. Se había convertido en tortuga. 


Andy dejó a Susanita la tortuga tomando sol y siguió recordando cosas y contemplando el mar. Tenía muchas ganas de hablar todavía. 
Contó que cuando le quisieron poner la primera inyección salió corriendo desnudo del hospital y casi lo pisa un auto y se dio cuenta que eso le hubiera dolido más que la inyección y se quedó pasmado. 
Contó el episodio favorito de una serie de televisión, que justo era el episodio donde los héroes huían de una cárcel todos disfrazados y después se olvidaban de sacarse el disfraz y entonces ya eran otras personas y se olvidaban de los que habían sido. 
Y entonces se calló un poco para tomar aire. 
En ese momento un señor muy grande, musculoso y bronceado que lo estaba mirando se acercó a él. 
–Sos muy poca cosa para tu novia –le dijo. 
Y Andy miró de nuevo y vio a Susanita hecha tortuga. 
–Es que es tan linda –le dijo.
El hombre bronceado se  agachó y acarició el lomo de la tortuga, que asomó la cabeza como si el señor bronceado fuese el sol y la lluvia. 
Andy el Alfeñique se quedó boquiabierto, sin la menor idea de qué decir o qué hacer. El señor grande y musculoso levantó a Susanita, la encerró en la palma de su mano y se la llevó consigo. 


Andy el Alfeñique se llenó de bronca y de malestar. Se puso todo colorado, empezó a temblar, se sintió tan mal, tan poca cosa, tan tonto y tan débil, que corrió y corrió y se tiró al agua. 
Y pataleó y tragó agua y tiró brazadas en el agua y en el viento.
No podía hablar con el agua porque si abría la boca se le metía toda por ahí y empujaba en sentido contrario sus palabras. 
“Susanita”, pensaba Andy mientras se hundía su  cuerpo en el agua.
“Susanita”, “Susanita”. 
Las olas lo empujaron mar adentro y el peso de su cuerpo enclenque lo fue llevando mar abajo. 
Y descubrió algo que no sabía: que así, callado, podía estar mucho tiempo sin respirar abajo del agua. Casi como si fuera un pez. Andy el alfeñique movió los brazos, el pecho, la espalda, los pies. Nadó y nadó. Se pasó una semana entera nadando en la profundidad del Océano olvidándose de todas y cada una de sus cosas, hasta que creyó ver el sol, enterrado en las profundidades del mar. 


Siete días después, una tarde brillante, se lo vio salir del agua. Era un Andy distinto: el cuerpo le brillaba, tenía cara de pez y ya no hablaba.
Dio dos o tres pasos por la arena y se sentó, respirando agitadamente, mientras el agua le caía por las piernas y los hombros. Vio que a unos metros había dos tortugas tomando sol arriba de un toallón. Una era muy verde y la otra medio roja. 
–Sos tan chiquita, tan poca cosa –le decía una tortuga a la otra. 
Andy se paró y se fue un poco más lejos. Se sentó entre la arena y el mar, en el lugar en el que las olas le tocaban las puntas de los pies. Empezó a recordar aquel hermoso viaje que alguna vez había hecho con Susanita a Mar del Plata, como si fuese un sueño que se le estuviese borrando. 
Cuando anochecía se paró y se acercó hacia donde estaban las tortugas, pero sólo había un toallón seco y un poco de bronceador. Los levantó y, con las manos extendidas, los colocó en el agua. 
“Seguro que pronto se transforman en otra cosa” pensó mientras los veía sumergirse y descender lentamente, océano abajo.
Después fue a la habitación del hotel, recogió sus pertenencias y se subió al tren de regreso a casa. 
En el asiento de al lado viajaba una chica alta y pecosa con una trenza muy larga y una remera muy corta. 
“Me llamo Susanita”, le dijo.
Y después le contó miles de historias durante todo el viaje.