Atrás hay huracanes
(evidente confesión de la adicción a contemplar catástrofes climáticas)


1. No sé bien cuándo empezó. Puede que a principios de los noventa, cuando mis padres me regalaron un libro con consejos para prácticas ecológicas (fui tan extremo en su aplicación que tuvieron que explicarme que el autor era norteamericano y que en nuestro país la cosa todavía no era tan grave). Puede que haya sido muchos años después, cuando leí “Historia del plástico” y quedé agobiado por la peligrosa dependencia que teníamos de ese, nuestro quinto elemento. Puede que haya sido el año pasado, cuando una lluvia torrencial inundó las calles y el agua entró a mi (ex) casa como un pequeño río de dolor. Puede que haya sido cuando miré por enésima vez esa foto del lago San Roque en la que se lo ve fosforescente, podrido y tóxico. No sé bien cuándo empezó: pero es como un humilde huracán, una cortina de fondo.

2. Confesión: vi nacer al huracán Irma. Lo vi por Internet. Era una tormenta tropical que pasó a categoría dos y luego a tres y luego al máximo (cinco) en menos de lo que canta un gallo global. Vi que detrás de Irma crecía el huracán José y que bien cerca de México nacía el huracán Katia. Tuve una pestaña abierta durante dos semanas: la pestaña de los huracanes.

3. Hace unos meses fui el profesor de escritura de alumnos de una universidad norteamericana. Una clase les llevé ese famoso cuento de Bradbury en el que una pareja se da cuenta de que llega el fin del mundo y sigue su vida como si nada. Los alumnos se sorprendieron de la actitud de los personajes, aunque la entendieron. El mundo se acaba en 2050, me dijeron con una naturalidad pasmosa. El agua se va a comer las ciudades costeras, el hielo va a desaparecer, me dijeron. En ese momento comenzó a caer granizo: yo miraba el marco de la ventana, donde un pájaro había dejado un nido abandonado. Todavía sigo atascado en ese momento, en esa imagen.

5. Confesión: la madrugada del 6 de septiembre el huracán Irma entró de lleno en Barbuda. Yo tenía abierto un sitio desde el que miraba los vientos arrasando una playa y otro sitio con una cámara en Las Islas Vírgenes. También puse una radio de Antigua (la isla hermana a Barbuda) donde un par de tipos ponían canciones de rock religioso y llamaban para ver cómo estaba la gente de Barbuda. Una señora contó que estaba bien, pero que el huracán había volado el techo de su casa. El de la radio le dijo que aprovechara para ir a resguardarse. Que estaban en el ojo del huracán. Que lo peor venía después del ojo del huracán. Apague la radio, corra, le dijeron.

3. Mi abuelo decía que lo del efecto invernadero y la capa de ozono eran patrañas. Vivíamos en su casa en Carlos Paz. Echados en dos reposeras, me dijo que como estábamos rodeados de sierras y lejos del mar, ahí no podía haber terremotos, ni huracanes, ni tornados, ni tsunamis ni volcanes. Ni tampoco guerras. Años después, en esa misma casa, tuve un sueño que nunca olvidaré: un enorme tornado de luz eléctrica avanzaba el patio trasero. En el sueño tenía miedo, pero sabía que no había lugar donde resguardarse y que el tornado era justo y necesario. Alguien en el sueño trataba de cerrar la puerta. Yo, en cambio, salía corriendo e iba hacia él.

4. Confesión: vi gente de Puerto Rico subir videos del viento golpeando sus casas. Vi cómo un par de conocidos que estaban en Cuba decían que estaba todo bien para luego perderse junto con la electricidad. Vi unas fotos preciosas de cubanos luego del paso de Irma: bailando sobre las aguas, saltando como si ahora las calles fuesen su gran pileta pública, fotos menos dramáticas que la de los grandes medios. En una de ellas hay un niño cubano sentado contra un malecón, de espaldas al mar. El viento acaba de levantar las aguas por el cielo. Toda el agua está por taparlo. Tampoco podré irme ya de esa imagen, también me ha atrapado.

2. Postulado: los medios deberían incluir una sección periódica llamada “Cambio Climático”. La chica del clima debería ser reemplazada por “La señora de las catástrofes”, y no se podría decir “catástrofes naturales” a fenómenos causados por la desidia humanoide. Pero eso no va a pasar: ustedes respondan por qué.

1. En 1985 Charly y Spinneta estrenan “Rezo por vos”: la letra de la canción bien podría referirse a un tipo solito en pleno apocalipsis climático. En 1988 el personaje del año en la revista Time es “El planeta Tierra, en peligro de extinción”: la ecología se pone, entonces, de moda. Unos años después nace la Organización Mundial del Comercio y eso, explica Naomí Klein en su último libro, comienza a arruinar gravemente las cosas hasta el punto de que el gradualismo ecológico (un viraje lento hacia los recursos renovables) resulta ya impracticable. Sólo parecería posible una modificación global extrema o dejar que la tierra hable, sostiene el huracán Klein.

0. “Y leo revistas / en la tempestad”, dice, tan apropiadamente, aquella canción de Spinetta-García. Después habla de un sacrificio y de lo divino y del amanecer. Pero, ¿qué cielo quedaría si La Tierra se disuelve en el aire? “El sistema solo sueña en la oscuridad total”, dice una de mis canciones preferidas del 2017. Amén.