Los links invisibles: Gigantes

Gigantes no hay por todos lados: escasean. Claro que hay estadios gigantes, mercados gigantes, personas grandotas, pero alcanzan para ser contados con nuestros dedos pequeñitos.
Uno de los primeros gigantes vivía en una isla: además de ser gigante era cíclope y se creyó la vil e ingeniosa mentira de un viajero que se hizo llamar “Nadie”. Cientos de años después, un tal Gulliver llegó a una isla: los habitantes eran sumamente pequeños, él fue considerado un coloso problemático y lo ataron al suelo. Pero no sólo en la tierra viven los gigantes, también hay gigantes en los cielos: en la historia de Juan y las habichuelas mágicas tenemos a ese ogro solitario y enorme, enriquecido en su reino de las alturas, a punto de ser expropiado.
En realidad, los gigantes en el mundo no escasean, más bien son llevados a islas: la isla del rugby, donde los más famosos y temibles son los All Blacks; la isla oriental del Sumo, para gigantes anchos; la isla del básquet, donde jugadores de talla inverosímil hacen maniobras en las alturas. Shaquille O’Neal fue amo y señor de esas tierras durante muchos años, y un chino intentó hacer lo mismo pero sólo pudo convertirse en memPocos saben que esa imagen de un oriental riéndose a carcajadas es, precisamente, Yao Ming. Y poquísimos saben que esa escena está sacada de una conferencia que dio junto con Ron Artest, un basquetbolista un poco intenso: además de ganar un título con los Lakers y hacer reír a Yao Ming, dio un par de trompadas en la trifulca conocida como “Malice at the palace” y de pronto decidió cambiar su nombre y se hizo llamar “Metta World Peace” (algo así como “paz y amor mundial”). El partido más famoso que disputó usando ese nombre es uno donde le da un codazo brutal al “pequeñito” y entonces poco popular James Harden (famoso por tener más barba que cuerpo).
Hay varios grandes basquetbolistas argentinos: uno tiene 40 años, es una leyenda viva y sigue jugando al básquet en tierra de gigantes; otro fue conocido como “El gigante González”, tuvo una carrera veloz y escarpada, jugó un amistoso junto a Menem, fue a la NBA y luego terminó haciendo lucha libre y viviendo en su pueblo natal en una silla de ruedas: en la crónica “El gigante que quiso ser grande”, Leila Guerriero cuenta su historia.
También están los dinosaurios, los dragones, los gigantes de Juego de tronos y Olga, el personaje de Liniers. La muestra “Ficción”, de Hora French, apela al gigantismo en su propuesta: desmesurada, nos lleva de viaje por el lugar donde se escondían los gigantes: el circo, las ferias de freaks. Hay un cuento de Luciano Lamberti con gigantes, cazadores y portales. El primer hit de la banda cordobesa Un día Perfecto para el pez Banana decía “Lucharás con los gigantes/ en tus sueños de esta noche”. El escritor Roberto Bolaño era fanático de un tema precioso llamado Lucha de gigantes; una parte gloriosa de esa canción dice: “Me da miedo la enormidad/ donde nadie oye mi voz”. Bolaño lo escuchaba mientras escribía sus enormes novelas y estaba al borde de la muerte. La parte de los femicidios de 2666 (quizás escrita con esa canción de fondo) es monumental, incómoda, ambiciosa, agobiante.
Habría que volver a las cosas enormes, descomunales, a cierto sano gigantismo: ahí están las larguísimas películas de Mariano Llinás, ese gran e inigualable libro llamado La casa de hojas, la música de esa gigante islandesa llamada Bjork. Pero ojito: no todo lo grande es gigante, del mismo modo que no todo lo minúsculo es pequeño, menor. Vean, si no, el calendario miniatura de Tanaka, el pequeño mundo ilustrado de María Negroni o la película También los enanos empezaron pequeños, del inconmensurable Werner Herzog.