Los links invisibles: lluvia

Tarde o temprano se largará a llover. La lluvia limpiará el aire y caerá sobre la tierra y será un alivio. Pero entonces quizás no pare, y llueva más fuerte, y el alivio se transformará en hartazgo, en preocupación. Mientras llueve, en las redes sociales aparecerán posteos que hablan de la lluvia. Llamativas tendencias de los humanos de la era contemporánea: su tendencia a la indignación inmediata, a recomendar series, a regodearse con videos de mascotas, a anunciar el comienzo de la lluvia. Es el extraño reverso de la lluvia ácida: la lluvia obvia, la lluvia tierna, el agua virtual que recorre las redes.
Sucede que esa lluvia también inunda nuestra programación, nuestro lenguaje: podemos tener una lluvia de ideas, puede llover sobre mojado, podemos hacer la danza de la lluvia, esperar las lluvias de inversiones, estar atormentados: quizás sólo seamos máquinas que se secan y se humedecen y gracias a eso funcionan: ¿cómo saberlo?
Uno de los poemas modernos más replicados sobre la lluvia es de Vicente Luy; una de las canciones hispanas que más inundó nuestros oídos dice: “Lluvia cae / lentamente sobre mí”; la canción noventosa y atormentada más conocida probablemente sea Lluvia de noviembre; la poetisa Laura Wittner es especialista en escribir sobre la lluvia; hay un gran poema de Claudia Masin en el que escribe: “Pero el rayo no cae, no cayó / y al día siguiente todo sigue a salvo en el mismo lugar / Ese es el mayor desastre que conozco”.
El chaparrón más conocido probablemente sea el diluvio bíblico. La escena lluviosa más estrambótica es esa de la película Magnolia en la que de pronto empiezan a llover ranas. Hay una página web supersencilla y adictiva que es, simplemente, el sonido de la lluvia, de fondo.
Dicen que el primer Mundial de fútbol que ganó Alemania, esa máquina futbolística, lo hizo gracias a un jugador especialista en ganar partidos bajo la lluvia. Una de las primeras novelas de J. G. Ballard es sobre un mundo en el que se ha llovido todo y los países están enterrados en agua: apenas si quedan islitas, y los reptiles (como las ranas de Magnolia) están reconquistando el planeta.
La lluvia parece someternos a una extraña forma de sentimentalismo: como si despertara nuestros sentimientos, como si nos llenara de humanismo.
¿Es la sensibilidad a la lluvia uno de los grandes inventos del Romanticismo? ¿Es responsabilidad de los climatólogos? ¿De la incansable lluvia pop de los videoclips?
Ahí están, mientras tanto, las referencias lluviosas: gotean sobre la página, caen por la ventana y el papel: “Este es un relato para leer en la cama, en una vieja casa, una noche de lluvia”, comienza diciendo Parecía un paraíso, la recomendable novela de John Cheever.
“Estoy cantando bajo la lluvia”, dice la famosa canción en la que un hombre alegre subraya que no puede ser frenado por ninguna tormenta exterior.
“Desearía que lloviera sobre mí”, cantaba Phil Collins en la década de 1980, en una balada de resignación amorosa.
“Vamos, que llueva sobre mí, que llueva desde una gran altura”, canta Thom Yorke en su versión epifánica sobre la era moderna. Androide paranoico, se llama, precisamente, esa canción, quizás inspirada en un androide mojado de una de las grandes escenas finales del cine.Debajo de la lluvia, llovido entero, ese androide mira a su perseguidor a los ojos y le dice, con palabras tan sentimentales: “He visto cosas que los humanos ni se imaginan. Naves incendiándose cerca del hombro de Orión. He visto Rayos C centelleando en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhauser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo: como lágrimas en la lluvia”.
Y entonces nos apagamos.