Una toma de Katchadjian
(reseña del libro "Gracias", de Pablo Katchadjian)


Si existiese el reality show de la literatura argentina contemporánea y Pablo Katchadjian fuese uno de los participantes, difícilmente querríamos que se fuera. Katchadjian tiene un bigote simpático similar al de Martín Caparrós, un nombre de pila tradicional, un apellido complicado y ha hecho cosas como reescribir el Martín Fierro en orden alfabético de modo que todos los versos que empiezan con A estén juntos, etc (“El Martín Fierro ordenado alfabéticamente, 2007) o ampliar con cientos de detalles el cuento “El aleph”, del señor Borges (“El aleph engordado”, 2009).
Experimentando con la literatura y desparramando sus cenizas, Katchadjian presenta “Gracias”, su segunda novela, una especie de fábula que tiene lugar en un mundo paralelo, que se lee en un par de horas y nos deja en otra parte.
En la novela, un hombre enjaulado es comprado por un tal Anibal; se convierte en su esclavo, se enamora de una sirvienta, conoce a una niña salvaje, se come una planta rara, asesina al rey, promueve una rebelión e incendia los galpones donde estuvo obligado a hacer algo tan horrible e innombrable que no se puede relatar (de hecho, Katchadjian no nos dice qué es). Luego las cenizas de los galpones se convierten en una especie de catástrofe natural que llena todo de polvo y gusanos y destruye lo que tiene a su paso; en el intertanto los rebeldes conquistan otro castillo y van hacia él escapando de las cenizas, e
tc.
Fresca y divertida como “El caballero inexistente” de Ítalo Calvino, delirante y (por momentos) sorpresiva como parte de la novelística de César Aira y Sergio Bizzio, en “Gracias” asistimos entre otras cosas al show del lenguaje, como si la narración y lo que hacen las palabras fueran parte de un reality en el que actúan y buscan llamar la atención.
Hay diálogos ágiles y entrecortados, hay comparaciones truncas
(“era más o menos como una de esas caritas que uno ve cuando…”, escribe Katchadjian, dejando suspendida la frase), hay varios capítulos que empiezan con las mismas líneas, como si se nos recordara que al principio todas las cosas, los libros y los días son iguales: “al otro día me levanté y el desayuno estaba en la mesa de luz. Acerqué la mano a la pava y noté que estaba caliente. El día era agradable, ni caluroso ni frío”.
Microclima imaginario, “Gracias” podría ser un capítulo paralelo de Lost o un episodio alternativo de Expedición Robinson; en ella se relata la caída y el ascenso del narrador, que va de esclavo a rey-comandante y que trata de abolir la esclavitud y modificar las condiciones
de vida. El problema, claro, son las cenizas de los muertos, la naturaleza salvaje, las malas decisiones y la acumulación de poder.
La novela es bufonesca y amable: podemos leerla como una fábula sin moraleja y sin animales, o podemos pensar que trata sobre la vida cívica, las revoluciones espontáneas y la relación poderosa entre la historia de la literatura y la historia del individualismo.
Hay, cerca del final, un episodio hilarante en que los dos personajes centrales comen unas plantas raras y pierden la conciencia. Durante un par de páginas inventan rituales, se tiran por la ventana, se acuestan con todo lo que camina, inventan teorías filosóficas, pasean en moto y le ponen un asa al castillo. Esa imagen condensa lo que hace con nosotros la novela, valiéndose de l
a potencia de las fábulas: nos mete en un agujero negro y nos quita del tiempo y espacio. El problema, claro está, son las cenizas de los muertos y el pasado flotando sobre nosotros como una nube.
Si existiese el reality show de la literatura contemporánea y Pablo Katchadjian estuviese por ser expulsado, lo veríamos arrodillarse y repetir en voz alta una de las frases clave del libro: “Por favor, Dios, ayudame a superar las incongruencias”.
Luego leería en voz alta el Martín Fierro en orden alfabético.


(publicada en ciudad x, febrero)