DJ Ramacciotti


Para referirme a Fondo blanco, me gustaría comenzar hablando de Ramacciotti. Antes que nada: apenas si conozco a Javier, tenemos un par de cosas en común, historias momentáneamente cruzadas, nada más que eso.
Ahora me gustaría relatar cuatro de esas historias. Lo primero que conocí del autor fue su nombre: un nombre muy largo con dos apellidos que por momentos parecía una epidemia y que bien podría haber sido el nombre de un personaje de novela. Unos meses o años después, recuerdo que estábamos en el jardín de casa y que Javier hablaba de un poeta y yo recogía el pasto y las perras ladraban. Recuerdo otra vez, también, que estábamos en la pirca de casa y yo le hablaba de un ensayista y él de la proximidad de la lluvia. No recuerdo que jamás hubiésemos hablando de cosas íntimas, del trabajo, del dolor, de la miseria y del desamor. Hablábamos de objetos y de libros como si nos hubiésemos metido en una cápsula y hubiésemos salido del tiempo. Antes de eso, hay un detalle para recalcar. Conocí al autor de Fondo blanco por internet. Esto es importante. Antes que un escritor, un poeta o el dueño de un libro, era una persona detrás de una pantalla que estaba atrás de la pantalla. Un surfista virtual. Eso era, y podíamos chatear virtualmente y conversar de los grandes surfistas e intercambiar cosas. Finalmente: con Ramacciotti tenemos un tema en común. El fin del mundo. No tengo ni idea cómo llegamos a eso, pero sé que estamos ahí y no es algo personal y un poco es el aire de la época. En los últimos años, hay varios discos que inventan robots que pelean contra karatekas rosas, uno con un papá Noel trepado en un techo, otro con mutantes y después están todas esas animaciones japonesas y el género del cyberpunk.
Ahora me gustaría hablar de poesía. Estoy leyendo un libro de poesía china fantástico. Son 100 poemas chinos contemporáneos editado por Gog y Magog. Lo insólito del libro es que se llama “Un país de la mente” y por unos segundos uno sospecha que no son 20 poetas diferentes, sino que el que lo editó se puso veinte disfraces chinos y empezó a imaginar cosas. Sucede que los poemas chinos “contemporáneos” recopilados en el libro se parecen entre sí o, más bien, no se diferencian de una manera estrepitosa. Eso. Pues bien: si un chino recopilara poesía contemporánea argentina, quizás el resto de los chinos sospecharía eso mismo de nosotros. Incluso podría dibujar cuatro grandes líneas en la poesía contemporánea. A saber: están los que escriben acerca de su experiencia cool de vida (noche, drogas, la alegría dilapidada y evatests) o sus opuestos exactos, los que nadan en la soledad de campos, árboles y ríos. Están los que escriben paseando por las calles y mirando por una ventana, sobre todo, llama la atención, ventanas de departamentos. Están los que escriben sobre la política y la violencia, entendiendo bien que ambas cosas son lo mismo. Están, finalmente, los que escriben coloquialmente, lo más coloquialmente posible o los que hacen exactamente lo contrario. De manera china y reduccionista, ese podría ser un “panorama” de la poesía argentina contemporánea. Si estas cuatro tendencias fuesen soldados a punto de ser fusilados en un paredón, Ramacciotti sería un quinto soldado que ha estado jugando al tetris con ellas antes del fin. A ese quinto soldado le sale una rama de un árbol de la cabeza.
Así es que, ahora, quisiera hablar del quinto soldado, o el quinto elemento, o del libro de poemas Fondo Blanco.
Primer rasgo a señalar: en la serie de poemas aparecen personajes abrumadores e inolvidables cuyo nombre (como “Ramacciotti”) ya es una obra. Krakatao, sentado en un cubito de hielo; Pucky, esa gata tan paciente, dormida y astuta que por momentos se parece a un peluche y por momentos a un cyborg; y por último Blanquito, ese monje albino que no dice ni sí ni no, una especie de remixado del Bartebly de Deleuze/Melville. Blanquito, el que se come el libro y devuelve su forma final; sin paz ni sosiego deja suspendido el resto de los poemas en su propia cara.
Segundo rasgo a señalar: así como con Ramacciotti nunca hablábamos de Ramacciotti, o lo hacíamos de una manera tan lateral que podíamos estarnos refiriendo a cualquier cosa, Fondo blanco no habla de quien lo escribe y su experiencia. O sí, sí lo hace. Pero es, otra vez, como si el que cuenta se hubiese tragado una cápsula de tiempo y pudiera mirar todo con muchísima distancia e incredulidad. Los poemas hablan de un sujeto, su infancia, sus filiaciones, su experiencia política, pero lo hace como si todo hubiese pasado hace mucho tiempo, como si eso no fuese lo más importante sino otra cosa. ¿Pero qué? El libro no resuelve esa pregunta. El libro la expande. El libro es a la vez una respuesta sin respuesta.
Tercer rasgo: ha llegado la época del moridero de nombres. Ya no hace falta decir el nombre de nuestros mayores o el cúmulo de apellidos de la legión ilustre de bisabuelos literarios o remitirse a la tradición italiana o decir con nombre, documento, medalla y apellido el nombre de cada uno de nuestros amados contemporáneos. Ramacciotti no ostenta el nombre de los otros. DJ del domingo a la siesta, en cada poema de Fondo blanco podemos rastrear, en cambio, un elemento clave del mapa cultural: un celular, un pixel, un primer plano cinematográfico, un segundo de delay, “game over”, un remitente de mail, la página en blanco del Word, una computadora, un plano general. Basurero y pantalla del último día, tenemos ante nuestros ojos el inventario huidizo de artefactos culturales.
Cuarto y último rasgo: se trata de un libro apocalíptico, pensando en relación con el paraíso, el séptimo cielo, Buda, la era posnuclear y el fin del mundo. Como mencioné, éste es un tema en común de “nuestra generación”. A mi me gusta pensar que cada vez que escribo lo debo hacer como si fuese la última vez. Como si mañana llegara una nube blanca y se llevara todo de la tierra. No importa. En Fondo Blanco, la opción ante el apocalipsis es otra y resulta llamativa: parece escrito una vez que todo ha acabado. Así que surgen las preguntas: ¿Qué es todo? ¿Cómo es posible que algo haya acabado? ¿Quién habla? ¿Por qué habla así? Cada cual tendrá su respuesta a esas preguntas.
Para finalizar, regresemos sobre los chinos apostados contra el paredón.
Les había hablando del quinto soldado jugando al tetris con los cuerpos de los otros cuatro: creo que lo más interesante en el libro de Ramacciotti es la figura del DJ, creo que la forma en que el tiempo “sucede” en el libro está ligada a esa figura.
Y luego están las madrigueras en las que duermen los DJS: una de las mejores imágenes del libro.
Así que ahí llegan. En su nave de versos, regresan Krakatao, Pucky y su interlocutor, Blanquito. Vienen cargados de consejos. “Hay que aprender a caer / caer es como volar pero al revés”, nos dicen. “A los muertos se los esquiva con los recuerdos / o con los juegos”. “No éramos inocentes sino vulnerables, que es una forma bastante menor / de ser culpables”.
El mundo de la seriedad y la serenidad combinado con los trazos pop y la épica animada de las historietas. Aferrados a esas dos superficies, llegamos con el quinto soldado al final del libro.
¿Qué era lo que estaba por pasar?
Ah, sí. El arma apunta contra nosotros y hay un dj jugando con nuestras cabezas.
El fin del mundo le pasará por el costado, como a los seres invisibles.