Todo es chino
(reseña sobre "Un país mental. 100 poemas chinos contemporáneos")

Están las tintorerías, los supermercados chinos, la muralla china, la dietética china y la medicina china tan a la moda. También están las cosas maravillosas, los viajes, Marco Polo y Kublai Kan, las culturas milenarias y los lugares recónditos. Y en algún lugar, están los libros.
En “Un país mental. 100 poemas chinos contemporáneos”, Miguel Angel Petrecca presenta una antología única e insoslayable. Son 19 poetas chinos, un poco de cada uno, lo suficiente para dejarnos ansiosos y tristes y despiertos. Hay un poema a una ciudad fantasma, hay un poema de Yu Jian a un amigo lejano en el que termina diciendo su nombre, hay un poema de Xiao Kaiyu que finaliza “Puedo ir a la estación a buscarte, En cualquier momento, cualquier estación”. Hay ratones y bicicletas y el fantasma de un escritor muerto que titila de poema en poema, están los nombres de los pueblos chinos y la vida de la gente que nunca conoceremos.
Pero eso no es todo, si es que un mapa y un libro y un viaje pueden ser alguna vez “todo”. A diferencia de miles de antologías, en ésta el lugar de Petrecca (el compilador) es central, no sólo por las traducciones de un idioma tan diferente y lejano a nuestro idioma del día a día, sino porque el libro cierra y abre con sus palabras, como si nos regalara el ticket de viaje y todos los papeles chinos que tenía alrededor.
En la Introducción, Petrecca narra el modo en que se decidió junto con un grupo de poetas a traducir poemas chinos aún sin saber nada (casi nada) de la lengua, un viernes tras otro, una palabra por viernes: “Al final de la primera reunión apenas habíamos terminado de identificar el primer carácter…”, escribe Petrecca. Y luego el grupo se disuelve, y luego él se va a China.
En el final del libro y de los 100 poemas, que ya son una joya, Petrecca incluye un diario de viaje en el que narra sus días en China, sus encuentros con poetas y con la ciudad y con las ciudades sepultadas bajo la misma ciudad: “Esto era un río”, le dice una anciana señalando el vacío alrededor de un puentecito de metal.
El libro es, así, una empresa épica, una ofrenda, una aventura y una excepción.
Petrecca ha logrado romper con el estereotipo de las antologías: el lector no se ve impulsado a preferir éste o aquel poeta, sino a desear el viaje y a consumarlo durante la lectura. Dos o tres o mil libros en uno.
Está la ropa china, están los supermercados chinos. Está la muralla china y los poetas chinos caminando por ella y allí está Petrecca, traduciendo sus gestos, haciendo sombras chinas debajo de cada cual. Está la dietética china y los libros que, como éste, se devoran, una y otra vez. Está la medicina china y la cura de nuestros males y los buenos libros, que nos hacen viajar y quedarnos quietos.
Y al principio y al final, están las cosas maravillosas. Como en ese poema de Meng Jiasheng en el que ninguna ciudad es suficiente, en el que siempre hay otra ciudad que uno ama y una opuesta y hay una piedra que uno lleva en la mochila y que abandona en una ciudad desconocida.
El brillo de esa piedra bajo el sol, todo lo que tiene escrito debajo.

(publicada el 12/11/11 en la Voz del Interior)