Messi, versión 3.0
(reseña sobre "Messi, el chico que siempre llegaba tarde", de Leonardo Faccio)
(reseña sobre "Messi, el chico que siempre llegaba tarde", de Leonardo Faccio)
Messi y su vida detrás de la máquina... ¿Cuál es la máquina? La pantalla, el mercado, la publicidad, el triunfalismo mundial, la carnicería mediática, lo sublime, lo que no tiene medida. Todo eso es la maquina y nosotros también somos parte de ella.
En “Messi, el chico que siempre llegaba tarde”, Leonardo Faccio intenta penetrar en esa vida. El comienzo parece un camino empinado: Messi responde con sequedad y abulia a las preguntas de Faccio. Descubrimos con alarma que a Messi le encanta dormir, que se aburre cuando no está en la cancha, que no le interesa la charla, que dejó de ver Lost porque “la historia se iba por cualquier parte”. La vida del jugador estrella parece perdida o apagada o es demasiado joven para poder hablar de ella. Allí empieza la carrera de Faccio, quien página a página se enfrenta a la paradoja de que una superestrella mediática de talento indiscutible no tenga nada (interesante) para decir.
Escarbando, yendo por la tangente, usando lo poco que se tiene. Ese será el camino de Faccio; con sencillez y a su propio ritmo, el autor nos presenta a personajes laterales que hablan por Messi: la maestra de la primaria, que recalca que de niño no se destacaba por nada; una profesora del secundario, que dice que era un alumno callado y distraído; la camarera del Barcelona juvenil, que dice que no llamaba la atención; los abuelos, que esperan en una casa avejentada a que los visite; una compañera de primaria, que respondía por Messi en clase, como si fuese su ventrílocua.
Así, a la impresión inicial de que Messi es aburrido fuera de la cancha se agrega la de que es inabordable, que una capa de silencio y retraimiento lo aleja para siempre de los demás. Junto a una prosa directa y fluida que hilvana diferentes momentos de tiempo, éste es uno de los puntos fuertes del libro: Faccio decide no huir, no esquivar el bulto, dejar a la estrella en su juego mientras que hurga en los escombros.
Según dice la solapa del libro, a Faccio no le interesaba el fútbol hasta que emprendió la escritura del libro. El libro no trata de fútbol. El libro no es una conclusión. Son muchas preguntas desplegadas alrededor de la vida de un enigma. El libro es un descubrimiento y un policial: la familia protege a Messi, el dinero lo envuelve, el silencio es su arma.
Momentos clave: Messi llorando solo en una habitación, muy lejos de su Rosario natal. Messi masticando bronca, solo en la cancha. Uno de los hermanos de Messi que se cree la oveja negra y que siente culpa porque dice que le trae mala suerte. Messi inyectándose hormonas en la niñez mientras sus amigos duermen: imagínense eso, toda una familia gastando la mitad de sus ingresos en un tratamiento duro, un niño con ese peso en las espaldas. Messi que se queda encerrado en un baño y rompe un vidrio y corre hasta llegar al segundo tiempo de un partido de niños rosarinos para cambiar el marcador. Un director de publicidad que le pregunta a Messi “si puede disparar hacia un objetivo fijo”, y Messi lo hace dos veces y pide hacerlo siete más. Messi rengueando durante una publicidad, haciendo el mártir. Al final de la publicidad, camina normalmente. El director dice “creo que alguien me ha engañado”.
Faccio deambula entre la astucia secreta y la timidez exasperante de Messi; entre una historia limpia, sin traspiés, sin nada demasiado turbio (pequeña concesión al poder) y la sospecha de que Messi es una mezcla de un humano, un ángel y un robot. Un cyborg: aquello de lo que nos hablaban la ciencia ficción, la cibernética, Björk y el animé.
Messi con la pelota al pie, Messi sonriendo en contratapa. Messi brillando en el juego, Messi en ojotas, Messi durmiendo la siesta. El libro de Faccio nos acerca otra vez a los misterios de la vida cotidiana: ¿Cómo hace un niño para dejar de correr? ¿Con qué sueñan los grandes deportistas? ¿Qué esperamos de la vida de los diferentes?
Mientras tanto, la música de fondo nos habla de la soledad de las máquinas (que no tienen nación) y de la niñez de los deseos. Al fin y al cabo, quizás los deportistas sean como aquellas obras artísticas que, creemos, pueden hablar por sí mismas, sólo dentro de sus propios límites.
(publicado en la Voz del Interior, 31/12/11)