Eterno resplandor de una mente sin comienzos



0. ¿Cómo empezar un cuento, cómo empezar una novela, un libro, cómo empezar el año, una relación, un proyecto, un ensayo, cómo hacer para que la cosa arranque, para que estas mismas palabras, ahorita, no se borren, no desaparezcan? ¿Hay un manual de los comienzos correctos? ¿Qué tiene que estar sí o sí al principio? ¿Un estallido que todo lo contenga y lo disperse? ¿Una presentación ordenada del paisaje? ¿El verbo, la luz, el misterio y la oscuridad? ¿Primero va el parto, el nacimiento, el llanto o la huida? ¿Cómo saber si se comenzó el día, la vida, el año, el párrafo, con el pie derecho? ¿De qué no debe prescindir un buen comienzo? ¿Cuándo comienzan los comienzos y cuándo, en cambio, se pinchan, se hastían, se acaban?
Al menos, por ahora, dos certezas. Primero, que podría empezar cientos de veces este párrafo, pero no podría seguirlo si al comienzo no hay algo que llamaré “música”. Segundo, que por prestarle tanta atención a un comienzo puede no haber nada después, puede agotarse la energía, las ganas, la tenacidad y el comienzo ser solo eso: lo que está antes del abismo y el adiós.

0’. El primer partido de un mundial es clave. La primera impresión es la que se cuenta. En la temprana juventud se le da importancia al primer amor, al primer beso, al primer polvo. ¿De dónde demonios salió eso? Claro que respuestas hay muchas, y cada una es una cosmogonía, una sociopolítica. Este país lo hicieron todos esos hermosos abuelitos que vinieron en barco, dice una cancioneta bastante miope; en el comienzo estaba el gaucho, dice otra. En fin. Me gustan esas grandiosas películas que comienzan poniendo toda la carne en el asador: el comienzo de “Terciopelo azul”, por ejemplo, con ese paisaje, esos colores, esa canción y esa horrible oreja tirada en el verde césped. O el comienzo de “Érase una vez en el oeste”, de Sergio Leone, con esa escena larga a puro silencio, en el que sólo se escuchan el viento, una gotera y el vuelo de una mosca; o el comienzo magnético de “Historias extraordinarias”, o el de Pulp Fiction. En la música, en cambio, suele pasar otra cosa: es que se hizo famosa esa estrategia de guardar el gran hit para la segunda posición, de esconder el lento para la cuarta, de no quemar las naves. A pesar de eso hay un crítico musical que dice que el aleph de Michael Jackson está en el primer tema de su primer disco; la conciencia generacional y estética de Babasónicos es el sello premonitorio del primer tema de “Pasto”; el célebre disco de Pink Floyd empieza con vocecitas medio terroríficas y entonces llega la melancólica y semilisérgica “Breathe”. Por otra parte, en “Finales”, Pablo Bernasconi ilustra y cita los párrafos finales de grandes clásicos de la literatura y muestra lo poco que importa el spoileo en ciertas obras. ¿Ilustrará alguna vez Bernasconi un libro casi similar, pero con los grandes comienzos? Por si las dudas: el comienzo de “Esto parece el paraíso”, de Cheever, es perfecto. Lo mismo con un cuento de Wilcock sobre un cardenal que queda atrapado en un icosaedro. Y está el gran comienzo de un cuento de Bolaño que dice: “Tengo una buena y una mala noticia. La buena es que existe vida (o algo parecido) después de la vida. La mala es que Jean-Claude Villeneuve es necrófilo”.

0’’. Parece simple, pero a veces no puedo dejar de pensar en ello: no es lo mismo vivir algo por primera vez que contar cuál fue la primera vez en que viviste algo. Me pasa, por ejemplo, con los supuestos orígenes de mi relación con la escritura: ¿cuándo empezaste a escribir?, me preguntan en ocasiones, y podría responder de muchos modos, pero me sigue incomodando tener que elegir uno y solo un modo de comenzar (y de recordar). ¿No contaría –no viviría– otra vida si respondiera otra cosa? ¿No seguiría la música, la cadencia, las luces y las sombras de otra historia? En “Esto no es una novela” David Markson acumula, sobre todo, finales: como murió tal artista, qué fue lo último que dijo, de qué se enfermó, en qué tipo de pobreza pasó los últimos años. Una vez el mejor profesor que tuve preguntó, enojado y en voz alta: ¿por qué contar siempre las biografías desde la fecha de nacimiento y la fecha de muerte? ¿Por qué reducir la vida a la tiranía de esos dos puntos nodales? Nadie respondía, y no recuerdo cómo se acabó el silencio. Me acuerdo, eso sí, de que en su biografía Patti Smith decide contar todo lo que pasó antes de que llegara al rock, antes de que se transformara en “esa Patti”: cuenta cuando vivía con Mapplethorpe y no tenían un cobre, cuando ella pintaba y trabajaba en una librería y cuando, tiempo antes, se había ido de casa, contemplando a Juana de Arco luego de dar en adopción a un hijo que no quería.
Tengo, finalmente, otra certeza: que parecería que el comienzo no se sabe a sí mismo o, en términos menos filosóficos, que no sabemos al principio si ha comenzado algo, ni qué, y el comienzo es más bien un holograma, un fantasma, el gesto de la boca cuando se hace una promesa, y nada más. Tengo, también, una pregunta: si el principio es una cadencia, una melodía, una imagen, una promesa, ¿cómo demonios reconocerlas?