Tres tipos de lector



En el cosmos hay miles de lectores, pero podrían reducirse todos a solo tres o cuatro categorías tipo: el lector activo versus el lector pasivo versus el lector que hace el 69, por ejemplo; o el lector de libros copados versus el lector de libros horribles versus el lector que lee ambos pero no los distingue; o, sobre todo, el lector versus el no lector versus el nuevo y contemporáneo “no, no lector”, que niega que no ha leído (¡) y comenta y discute en las redes como si lo hubiera hecho (¡!). Lamentablemente no es la ardua, poco gratificante y hasta valiente tarea de hacer una tipología totalitaria la que me interesa ahora; sólo quiero mencionar algunas especies de lectores que, en una charla veraniega, llegué a describir y etiquetar.
Para hablar del primero, el lector influencer, mejor ir de lo abstracto a lo concreto y recordar ese famoso capítulo de los Simpsons al que se suele recurrir para hablar del crítico, de las pretensiones del arte y las pretensiones “del pueblo”. En ese capítulo Homero es parte del jurado de un concurso de cine y, ante el estupor general, se desternilla de risa mirando un film que pasará a recordarse como “la bola en la ingle”. Homero dice que el concurso debería terminar en ese momento, reclama que le den los cien mil dólares a esa película y agrega que “funciona en muchos niveles”. Lo llamativo no es tanto que Homero esté eligiendo lejos de las pretensiones profundas y sublimes del arte emergente que busca la consagración (la ganadora resulta ser una película donde Barney habla de su dramático alcoholismo ¡en blanco y negro!) sino que está al borde de convertirse en lector influencer: no le es suficiente “ser un lector/espectador”, sino que quiere redistribuir el capital financiero y hacer que algo que pertenece a otra esfera (la de los bloopers, la de las lesiones en el fútbol americano) entre en el mundo del cine (cosa que finalmente pasa: una reversión del film gana el Oscar y, años después, en “el mundo real”, el género se convierte en boom). Atención: sería un error vincular exclusivamente al lector influencer al “community manager” porque esa es solo su versión empresarial y tecnológica. El lector influencer, más que hacer gala de sus consumos gratificantes o de su propia biografía lo que hace es, como Homero, descontracturar la tradición e intentar instalar lo erróneo/inusitado como nuevo.
Para hablar del segundo lector, mejor apelar directamente a sus dos opuestos: el lector solitario  y el lector a quien no le interesa lo que le pasa por al lado. El modelo de lector solitario es ese estereotipo chimeneico del siglo XIX que pervivió hasta hace unos años como “el verdadero lector”. El lector al que “no le interesa lo que le pasa por al lado” bien podría tener como ejemplo a ese adolescente que durante el reciente recital de Justin Timberlake se sacó una selfie con el archifamoso cantante y, mientras todavía lo filmaban, pareció preguntar “¿quién demonios era ese?”. El lector en comunidad es exactamente el reverso de estos dos lectores. A saber: en sus diarios de la edad del pavo Fabián Casas cuenta no sólo todo lo que lee (¡y que tiene que ponerse saquitos de té en los ojos para que le descanse la vista!) sino con quienes lee y la cantidad de horas que se pasan discutiendo de lo que leyeron. A saber: en la sencilla y hermosa “Visages, Villages” la entrañable Agnes Varda hace un documental a dúo junto con un fotógrafo célebre: en la película ambos entrevistan a ciudadanos, escuchan lo que tienen para contar y luego instalan gigantografías que recuperan (o le dan) un sentido (comunitario) a la vida artística en un sitio y en una época.
El tercer tipo de lector es nada menos que el lector cebado, y ese estrato en tierras argentinas podría tener en el podio a Sarmiento, Borges y Piglia, pero faltaría, mínimo, Marcelo Bielsa. Momento biográfico: hace unos meses estaba navegando perdidamente en la red y vi que Roger Koza (cuyo trabajo estimo cada vez más) compartía un video donde durante más de una hora el DT daba una clase magistral sobre fútbol. Bielsa no sólo tiraba categorías, consejos y ejercicios, sino que se detenía en detalles epifánicos (¿por qué los potreros sólo tienen pasto en los rincones?) e incluso imaginaba qué tipos de tácticas cambiarían el fútbol rotundamente. Bielsa vendría a ser el paradigma del lector cebado: es quien ha leído muchísimo, ha releído y estructurado sus lecturas e inclusive llegó a pensar hacia los extremos de su disciplina e imaginó un futuro distinto. Este, el lector cebado, bien podría ser homologado con la función tradicional de “el crítico”, aunque también podría haberlo sido cualquiera de los otros lectores. Una nota al pie: lo menos interesante sería detenerse en la disciplina, es decir, qué bueno, todo bien, pero Bielsa habla de fútbol y nada más. En realidad parecería como que las clases de Bielsa son sobre otra cosa: quizás son, más bien, clases de estética, un poco de sociología y un poco de historia del estructuralismo. Es sumamente curioso lo que el lector cebado genera: hace cebar a sus lectores, los mete en esa maquinita, y ya no se puede mirar (leer) el mundo sin olvidar esa manera loca e inquieta. Eso es (por ahora) todo, amigos.