Los links invisibles: comidas



Durante décadas hubo tres libros de posesión obligatoria en la casa de la familia argentina tipo: ese libro mitológico sobre un excluido social llevado a la gloria casi divina luego de su muerte; ese otro libro de tapas duras y cientos de miles de páginas sobre una religión, y las recetas de Doña Petrona.

Ahora las bibliotecas se diversificaron, se virtualizaron, se multiplicaron y/o desaparecieron: la obra literaria de Doña Petrona irá quedando en el olvido culinario pero las heladeras y el gusto general por la preparación de comidas, todavía no. Ahí están Francis Mallmann, el Gato Dumas, los Master Chefs, Maru Botana y la mismísima Narda Lepes, que vende cientos de libros y llegó a recrear televisivamente las recetas de aquella mítica gastrónoma nacional.

La inigualable Cuqui (bajo seudónimo japonés) también escribió un libro, aunque de gastronomía poética, donde hace que noticias policiales sean protagonizadas por alimentos. Ejemplo: “A 8 años de la desaparición de la carne con tomate la búsqueda fue abandonada por completo”. El absurdo y el humor fueron ingredientes, también, de ese insólito hit de la música nacional llamada “Pizza conmigo”, seis años posterior al episodio maestro de Seinfeld llamado “The soup Nazi”, donde un inmigrante riguroso desiste de venderle sus sopas a cualquier neoyorquino que rompa la más mínima formalidad.

Más acorde con el folklore latinoamericano, podemos escuchar ese tema de Juan Quintero y Luna Monti donde se canta la receta para hacer chipá, y continuar luego con uno específicamente cordobesista invitando al asado y al fernet. Después de eso, en la sobremesa, seguro seguiremos armando una playlist dedicada exclusivamente a las comidas.

¿Quejas? ¿Quieren probar una prosa hilarante y nada estreñida? Ahí tienen a “Iti, el hermoso”, ese personaje web que hace manifiestos quejosos contra todo tipo de productos. Así comienza uno de sus textos, en este caso, un exabrupto contra una galletita deforme en un famoso paquete surtido: “Al meter la mano para sacar mi primer bocado lo que salió fue un MENJUNGUE ESOTÉRICO de galletitas unidas como siamesas; pegadas como la marca de Corea a Maradona en el 86; fusionadas en una sola gran masa galletística digna del experimento más satánico”. 

¿Más picante? ¿Quieren una prosa letal que defenestre y a la vez sintetice el paladar argentino? Ahí tienen el artículo de Mariana Enriquez, servido para el idioma inglés, sin traducción, llamado “El arte y el horror del asado argentino”, una joya socioestética en la que justifica el mal desempeño del equipo nacional de asados en un campeonato mundial, luego habla de un episodio casi bíblico con vacas carneadas y finalmente protesta (con especias y argumentos) contra la poca diversidad alimentaria argentina.

Una diversidad que poco le importó a Juan José Saer, quien nos dio grandes páginas describiendo conversaciones entre amigos durante cualquier comilona y quien detuvo y alteró los tiempos de cocción literaria para contar los lentos rituales alrededor y durante las comidas, como ese cordero asado de año nuevo en “El limonero real”.
Cenas con invitados en la mesa hay miles, ya que son un género en sí: posiblemente la más famosa incluya una traición, y luego hay cientos de películas que consisten, apelando a un buen guión y a buenas actuaciones, en una incómoda ingesta en común.

Pero mejor volver al principio: a la carne, al sacrificio, a los gauchos, al asado original. Ahí está esa película mítica y generacional llamada “El asadito” de la que probablemente Narda Lepes no sepa nada y donde quizás se cuente lo inverso de la historia latente del libro de Doña Petrona: en esa película varios hombres, en una previa de año nuevo, ven como sus vidas se han desgastado mientras la noche cae y los mastica muy lentamente.