Rompecabezas
(nota para HDC con rompecabezas de por medio)
1. Extrañamente, la definición de
“rompecorazones” se aplica generalmente a un sujeto que destroza las
expectativas amorosas (monogámicas) de otro, mientras que “rompecabezas” se
aplica a un juego de mesa popular a fines del milenio pasado. En realidad no es
extraño: desde hace siglos, en nuestro modo de nombrar al cuerpo, los
sentimientos están en un lado y los pensamientos en otro, como si efectivamente
el corazón bombeara deseo y el cerebro ideas platónicas de alto vuelo. Es decir:
el corazón y la cabeza estarían separados (al igual que la lengua y los
sueños), de ahí el divorcio entre el rompecabezas y un rompecorazoncitos.
2. Hace un tiempo le quería hacer
un regalo a una persona muy querida. Era un momento importante, tenía que
encontrar el regalo adecuado. Me acordé cuando armaba rompecabezas de niño, de
uno de un pájaro que tenía mi prima, de uno de un avión que tenía mi abuelo, del
problema de la pieza perdida, de la táctica de “armar el marco”. De uno u otro
modo terminé delante de una juguetería y compré un rompecabezas de mil piezas
con un paisaje de una isla griega: era un rompecabezas enorme, que ocupaba una
mesa, con piezas pequeñísimas. Lo dejamos a la mitad por irrealizable. Unos
años después intenté armarlo solo y renuncié. Me di cuenta que había que
empezar por lo más fácil: compré uno de quinientas piezas de un gatito y lo
armé en un día. Luego compré uno hermosísimo, una especie de dibujo parisino de
un barrio y lo armé en siete días, mientras la persona querida se iba y se me
rompía el corazón en la mano.
3. María Negroni escribe sobre
juguetes, sobre muñecos y objetos arcaicos, pero cuando busco en su libro no
encuentro la entrada para “rompecabezas” (¿será una pieza perdida?). Un amigo
me dice que debo leer urgente “La vida, instrucciones de uso”, que está escrita
como rompecabezas (lo ojeo y tiene razón). Curiosidades: el rompecabezas lo
inventa un experto en mapas y se comenzó usando en clases de Geografía (es
decir, el primer lugar exitoso del producto no es el comercio sino la
pedagogía), luego se transforma en juego de mesa destinado a la clase alta. Es
durante la gran depresión norteamericana que a alguien se le ocurre cambiar
madera por cartón y venderlos en cantidad: la economía estaba destrozada, nada
mejor que entretenerse con algo barato, que ocupara el tiempo, la cabeza y el
corazón, y que luego pudiera prestarse hasta que se rearmara la economía o empezara
la guerra mundial.
4. Los viejos álbumes de fotos
eran rompecabezas de una experiencia familiar, y van quedando perdidos, como la
irrupción del teléfono fijo o latinmail. Se puede armar un rompecabezas por
Internet pero no es lo mismo: no se pueden “tocar” las piezas y el ensamble de
una con otra es perfecto, mientras que en el rompecabezas de cartón uno podía confundirse
y hasta el final no había certezas. En lugar de agacharse o ponerse anteojos, por
Internet basta hacer zoom para ver en detalle la imagen que debemos armar. Y,
finalmente, lo que no es poco: una pieza no puede “caerse” del monitor, no
corremos el riesgo de que el viento pierda las piezas o de que el perro se coma
la parte del océano.
5. Así que estuve armando un
rompecabezas una semana entera, perdido en un paisaje dibujado del que creía saber
todo, pero que recién entendía realmente cuando comprendía el lugar de una de
sus pequeñas partes: una mujer en la ventana saludando, un tipo que estaba
haciendo un cuadro cubista en el margen izquierdo, una chica que se asomaba,
medio dormida, por una ventana, otro que brindaba: tan feriado. La imagen no
solo me había trasladado a otra parte y había calmado el tormento: también me
dejaba seguir los pasos de dibujante y diseñador, que deslizaban huellas buenas
y pistas falsas, como si me ayudaran a entenderlos, a volver al origen mismo de
las cosas.
6. Se me ocurre ahora un ejemplo
de libro-rompecabezas: “desarticulaciones”, de Sylvia Molloy, donde cuenta, de
modo desperdigado, los días de una mujer que acompaña a otra mujer internada
con Alzheimer, el modo en que las palabras, la memoria, se rompe, desaparece.
Se me ocurre también una película argentina, “Rompecabezas”, la ópera prima de
Natalia Smirnoff, donde una mujer descubre otro modo de vivir a partir de su
obsesión con un juguete. Se me ocurre además una canción reciente: “La mirada”,
de Los Espíritus, que va construyendo pequeños fragmentos de un mundo social en
tensión y que termina diciendo “el trabajo dignifica / eso dice mi patrón”.
7. Me quedan cientos de piezas
sueltas para seguir escribiendo. Quería escribir sobre el rompecabezas como
modo de escritura; de la técnica del rompecabezas como aprendizaje fabril; del
rompecabezas como aprendizaje filosófico. Quería insistir, a su vez, con la
(cada vez más) lejana luminosidad de ciertos aparatos retro. Mejor retirarme
con una última pieza: el rompecabezas nos impone una idea tan encantadora como
siniestra: que todo encaja armónicamente, que a cada pieza le corresponde uno y
solo un lugar, que hay una imagen mayor (divina, industrial, natural y/o artística)
en la que entra cada uno de nuestros pequeños actos, y que le da sentido y
forma. De que incluso él (el rompecabezas) puede prescindir de nosotros, que
sólo repetimos los pasos (el pulso) que la historia nos da.
(precioso rompecabezas que armamos con mi pareja en épocas difíciles del 2017)