Estado de serie
1. Allá por mediados de febrero comencé a trabajar en un
proyecto para una serie. Hace tiempo que quería hacerlo y la propuesta llegó en
el momento adecuado. Reformulo: llegó antes de que nos estallara el asunto del
Covid19, cuando todavía había planes a mediano plazo y cierta “claridad” en el
horizonte. Entonces, cuando apenas comenzábamos a entender la complejidad del
asunto sanitario y la cuarentena se asomaba en el horizonte, yo estaba pensando
en una serie junto a un simpático equipo de trabajo entre los que se destacaban
la dupla fan de las conspiraciones, el productor silencioso y una señorita que
desmenuzaba cada detalle de nuestra futura historia con ojo clínico. Cada semana
compartíamos un leve momento de euforia creativa y luego comenzaban las
preguntas, la visión del panorama narrativo general y la lenta deconstrucción
de las ideas que habíamos tenido. Terminábamos exhaustos, listos para comenzar
de nuevo. Supe en carne propia lo que había sabido siempre: escribir una serie
con vistas al gran mercado no es pan comido y se parece, más bien, a un lento trabajo
de laboratorio.
2. “El siglo XXI es el siglo de las series”, afirma precozmente
Jorge Carrión en su libro “Teleshakespeare”. “Si tengo que elegir hoy entre
hacer una serie o una película, elijo hacer series”, comentó David Lynch. Una
Lucrecia Martel cinéfila dijo: “Las series son otra vez el puro argumento; una
estructura mecánica y decimonónica por más que esté bien hecha. Las series nos
han devuelto a la novela del siglo XIX. Es fruto del momento conservador que
estamos viviendo. Se arriesga menos” (por suerte por la misma época que daba
estas declaraciones Martel también habló bien del animé, introduciendo un interesante
matiz en su postura). Sobre las series, un desoladoramente optimista Alessandro
Baricco escribió en su último libro de ensayo: “a nivel mental, la serie es un
movimiento y una película es un gesto. La serie no se cierra, no tiene fin,
tiene su centro de gravedad al principio y no al final, exactamente como la
posexperiencia”.
3. Cada semana me encuentro con que hay un nuevo problema grave
en el mundo; también con que hay un gatito nuevo, un meme nuevo, un influencer
nuevo y una nueva serie que debemos ver sí o sí. El mundo contemporáneo podría
resumirse de distintas maneras: una fábrica de perfeccionar desigualdades
económicas, una insistente construcción para no contemplar el vacío, una
bancarrota ecológica, un supermercado de series. Esta semana es “The Last
Dance”, la semana pasada fue “Run”, la anterior fue “Unortodhox”. Casi que
podríamos armar un calendario en relación con las series que se fueron poniendo
de moda y recordar nuestras vidas en relación con ellas. Por ejemplo: “Recuerdo
cuando vi Stranger Things: era invierno, hacía mucho frío, comenzaba la
presidencia de Mc Macri, la luz de mi pieza se apagaba y se prendía”. O
también: “Recuerdo cuando vi el capítulo 3 de la temporada 8 de GOT; lo vi
mínimo tres veces, creo que me pasé una madrugada mirando videos de reacciones,
algo clínicamente alarmante que no le contaré a mis nietos”. O también: “Me
acuerdo cuando miré Fleabag. Solo descansé entre la primera y la segunda
temporada. Mientras tanto buscaba noticias sobre un problema sanitario en China
y me comenzaba a preocupar. Además, el gato tenía pulgas”. Parece funcionar,
parecen venir a mi memoria las cosas vividas como un rosario de cuentas de
series. Es como si las series fuesen una parte más del complejo vitamínico o de
la cadena espectacular-alimenticia. Pero entonces aparece mi veganismo de series
y una elección que insisto en no modificar: solo veo (completas) 4 series por
año. De algunas solo veo el primer capítulo o esos primeros cinco minutos
predecibles que repiten las promesas de diversión adictiva del resto. Si la
serie se pone muy de moda, miro “Te lo resumo así nomás”, el canal de youtube
maestro en desmenuzar tramas y dejarnos con lo básico y necesario para no
quedar fuera de cualquier charla de café.
4. Tengo algunas preferidas, obviamente: Olive Kitteridge,
Ergo Proxy, Seinfeld, Breaking Bad, Atlanta, Okupas, Carnivale. Tengo, también,
algunas certezas: las series son rehenes del guión, de una estructura narrativa
hegemónica y de la empatía para con sus espectadores. Tengo, además, una duda:
¿el primer semestre del 2020 se parecerá más a una película o a una serie? Tengo
otra pregunta: ¿Puede ser que nuestra predisposición al material seriado, a la
suspensión de las resoluciones, a la cautividad espectacular (todos elementos
fuertes de la serie actual) nos preparó (narrativa, vitalmente) para la
pandemia actual? Finalmente, entre certezas y preguntas, tengo una colección de
hipótesis. Primero: que las series son uno de las plataformas de escritura más
rentables del momento. Segundo: que mi familia bien podría ser parte de una
serie (y que no voy a escribirla). Tercero: que el principal objetivo de una
serie no es contar una historia (y abrir el mundo, ampliar el horizonte,
desplazarnos, darnos un punto de vista distinto) sino contar con tu tiempo,
conquistarlo, que les puedas dar la mayor cantidad de tiempo posible. En otras
palabras: que la naturaleza narrativa de la serie moderna es extractiva. Y
tengo una última hipótesis, que ofrezco al mercado de frases de remera o de futuras
series de realismo distópico. Dice así: somos la segunda temporada de una serie
que no se sabe si sigue.