Las confesiones de Fleabag
0. La serie se llama Fleabag y tiene solo dos temporadas. Al
comienzo parece ser sobre una muchacha inglesa que tiene varias citas y que
fornica con orgullo y sin prejuicios, etcétera. Entonces aparece el gran
desfile de personajes secundarios y uno de los puntos más fuertes de la serie:
cada vez que el capítulo transcurre en un espacio acotado (restaurante, iglesia,
exposición de arte) el guión se lucirá. Hay un elemento aún más importante que atraviesa
a Fleabag: cuando Phoebe Waller Bridge (creadora, guionista y protagonista) le
habla a la cámara. Aclaración a los lectores: hola, esta nota contiene SPOILER
de alto contenido nocivo, les arruinará completamente la serie si no la vieron
ENTERA. Gracias, espero que la cuarentena vaya bien.
1. El recurso de hablarle a cámara durante una ficción y “romper
la cuarta pared” ya ha sido explorado con bastantes buenos resultados: ahí
tenemos a House of Cards, Alta Fidelidad, The Office y Malcom in the middle.
Fleabag se suma a esa tradición audiovisual que, curiosamente, tiene un fuerte
ascendente inglés. Hay una diferencia clave en el modo en que Waller Bridge le
habla a cámara: difícilmente el público de House of Cards tenga en su mayoría
un interés en la carrera política (el personaje le habla al espectador como se
le habla a un observador inexperto); difícilmente el espectador de The Office
mire a esos personajes “como iguales”. En Fleabag el espectador funciona como
un confidente (generacional), como alguien que está a la misma altura que Waller
Bridge. Es quien mira en el diario íntimo de la vida espectacularizada del personaje,
es quien puede escuchar lo que ella piensa “realmente”. Así, a los cinco
segundos de comenzada la serie, la protagonista nos involucrará en su situación.
Desde ese momento, las confesiones de la protagonista estarán teñidas por la
soberbia y la ironía: cada vez que el personaje le habla al espectador es para
marcar una distancia respecto a otros personajes, para que esa altivez sentimental
nos permita caminar sobre los restos de las sensibilidades que no nos
interpelan. Afortunadamente en esa primera temporada, el recurso comienza a
servir, también, para mostrar el modo en que la vida de la protagonista se fue
agujereando, para que “confiese” y haga su catarsis sentimental. Problema: de
ahí a caer en el popular mensaje aleccionador hay un solo paso, y Waller Bridge
lo dará.
2. Pero entonces llega lo mejor. El recurso de hablarle a
cámara se transforma, en la segunda temporada de la serie, en algo mucho más
interesante: el giro ya no es solo desde el cinismo a la empatía a la inglesa;
de pronto que el personaje le hable a cámara es parte de la trama: ¡aleluya! Esto
ocurre gracias a la aparición de un cura. Después de un capítulo que explota el
subgénero de “conversaciones en la mesa”, la protagonista se acercará a este
particular sujeto que insulta y que es medio fan del alcohol. En una charla
íntima, dios mediando, Waller Bridge mirará a cámara para confesarle algo al
espectador. Entonces el cura llamará su atención, destruirá la destrucción de
la cuarta pared y le preguntará a ella qué demonios acaba de ocurrirle. Léase:
el cura puede notar que algo extraño pasa en esos momentos en que la
protagonista nos habla. ¿Esto ocurre porque ella realmente encontró “el amor”?
¿Esto tiene que ver con que se trata justamente de un cura, que puede ver cosas
que los otros no? La respuesta es parte de tu religión.
3. Ese momento marca la diferencia en la tradición audiovisual
pop de hablarle al espectador. Unos capítulos más tarde, Fleabag y el cura se
acostarán juntos y en ese momento de amor total ella bajará (¡tocará!) la
cámara, buscando privacidad. El mensaje parece ser claro y hablarle al corazón
de la época con palabras “sanas”: hice todo esto porque estaba sin amor, porque
no podía comprometerme, porque era adicta al espectador, ustedes eran parte de
mi trauma, pero acá está el amor, acá está el autoconocimiento, y he comenzado
a superar esta particular adicción, adiós. Ese es el camino de redención hacia
el que Waller Bridge desea llevar su serie para darle un final. Antes que ese
cierre con moraleja de distanciamiento espectacular, interesa aquello que
Fleabag dijo al darle un vuelco al recurso de “hablarle a cámara”. Primero: que
una serie difícilmente pueda pensarse sin hablarle al espectador epocal (y por
tanto, está presa de él); segundo, que el espectador “que empatiza” es el
sostén económico promedio de una serie (y por tanto es su rehén financiero y
temporal); tercero, que el vínculo con la cámara y las tecnologías web es cercano
a la confesión y a la fe que duda solo para reafirmarse (ese es el lugar del
cura en la serie). El camino de la heroína Fleabag va así desde las confesiones,
al lugar donde se caen las máscaras, a la victoria de algún amor, a la
conquista, final, de la soledad satisfecha. Termino este texto diciendo lo que
parece obvio: toda la segunda temporada tiene como motor a ese giro brillante que
se le da a un recurso estilístico. Parecía que la cosa se había acabado ahí; ahora,
cuarentenas de por medio, es difícil no imaginarse una tercera parte de
Fleabag: de mucho calor humano, sin dudas, con la cámara y el espectador en un
nuevo lugar, quizás nosotros podamos decir dónde.

(Nota para el Hoy Día Córdoba)