Reuniones familiares
Cuando empiezo a escribir este texto no sé cómo terminarlo, pero entonces me entero de algo y el final le pertenece. Cuando comienzo a escribir este texto, acaba de estrenarse la última película de Herzog, inspirada en una empresa japonesa que ofrece un particular servicio: alquiler de personas para sustituir a otras (por ej: actuar del padre perdido de una adolescente, o de un familiar para una reunión). Cuando comienzo a escribir esto me encuentro con un texto precioso de Carolina Sanin en donde habla de crucigramas, de ríos, de la historia de su abuelo, del olvido y de nombres. Escribe Sanin: “Su gesto me recordaba que ninguno de los que nacemos en esta cultura tiene el apellido que le corresponde, que sería el nombre de la ancestra más remota, transmitido de mujer en mujer a través de generaciones”. Cuando estoy escribiendo este texto acabo de terminar un libro de Laura Wittner. El libro, me doy cuenta, es de la misma familia que el de Sanin, y a la vez es de la misma familia que la película Paterson, de Jim Jarmusch. Cuando estoy escribiendo este texto veo una serie en donde una comunidad puede viajar en el tiempo y, aún así, parece reacia a moverse en el espacio, a construir otros vínculos que no sean los de la sangre y los del territorio natal.
Otro salto en el tiempo: desde 2019 tenía un proyecto de investigación que debí suspender por razones comprensibles a principios del 2020. Estaba entrevistando a artistas que residían o habían residido en Córdoba (provincia) para preguntarles por qué quedarse, por qué irse, entendiendo que ese dilema era parte constitutiva de las trayectorias artísticas en estas tierras. El proyecto se llama, curiosamente, “Formas de quedarse en casa”. Un artista me dijo que las respuestas que buscaba eran simples: la gente se queda en Córdoba porque tiene familia (cercana). Otra artista mientras tomábamos un helado me dijo: “con mi familia de sangre no tengo relación”, y entonces me habló de personas que eran sustanciales para imaginarse, siquiera, una vida, un hogar, pero no en el sentido de cuatro paredes hacia dentro, sino de cuatro paredes hacia afuera.
Salto en el espacio: en “Asuntos de familia” (Hirozu Koreeda, 2018), una familia secuestra a una criatura, pero ese secuestro es, en cierto modo, una adopción. La película queda incluida entonces en esa curiosa genealogía de obras con familias disfuncionales al cuadrado (disfuncionalidad respecto a un estereotipo de familia que “funciona”; disfuncional respecto a la familia por “lazos de sangre”). Esta doble disfuncionalidad lleva incrustada la bacteria de la crítica a los modos de pensar nuestros vínculos “familiares”, algo que también acompaña a la película de Herzog (no casualmente ambos películas tienen como escenario a Japón). Podría seguir: mencionando un párrafo de un libro de Úrsula K Le Guin, o citando a una canción que dice “defiendo a mi familia / con mi paraguas blanco / tengo miedo de todos” (de una banda llamada, casualmente, “The National”); o podría hablar de esa hermosa familia a la distancia que forman Haraway y Latour, y cuyo llamado a pensar las vidas de otros modos sigue sonando con igual urgencia.