Préstamos


El vecino me prestó la guitarra. Era un préstamo por unos días, pero los días se transformaron en meses. En un momento olvidé que estaba tocando la guitarra del vecino. Sentí que era mi guitarra, me olvidé que me la habían prestado. Una tarde, mientras tocaba en el balcón, escuché que mi vecino se asomaba y me pedía, desde abajo, la guitarra. En cierto modo era como si se disculpara por pedírmela, como si una parte de la guitarra que estaba devolviendo fuese mía y esa parte no se pudiera pedir prestada. Ahora escucho como tocan canciones debajo del suelo. Puedo poner mi oído y escuchar.